Crítica de libros
En tu casa, Homero y Howard Hawks
Luis Alberto de Cuenca (Madrid, 1950) es uno de los más característicos poetas de la generación de los «novísimos»; con poemarios como «La caja de plata» (1985), «Por fuertes y fronteras» (1996), «El reino blanco» (2010) o «Cuaderno de vacaciones» (2014), entre otros, revela su pertenencia a esa estética neorromántica, culturalista, admiradora del equilibrio clásico y el idealismo platónico, de sibaritas referentes simbólicos y selecta expresividad lingüística. Ahora bien, no estamos ante un «novísimo» convencional, porque en su lírica se cruzan contenidos populares como los cómics, el pop-rock, el imaginario de los superhéroes, la mitografía cinematográfica y un particular tono coloquial e irónico, sin prescindir del rigor formal, la emotiva sentimentalidad o la sazón de un estilo evocativo y melancólico.
«Bloc de otoño» recoge poemas escritos en los últimos cinco años que agrupan el recuerdo de aquellos cuadernos de niñez colegial junto a la estación del año que se asocia a la madurez vital. Bajo esta doble figuración hallamos puntuales anotaciones de la experiencia, recuento de míticos lugares imaginarios o recordados paisajes vividos, metafóricos referentes de la modernidad, la huella de amores y desamores, el demoledor paso del tiempo, la estoica mirada de la distancia existencial y la resignada sabiduría de la alcanzada edad.
Un cuerpo y un espíritu
Destaca el reconocimiento de gozosas admiraciones referenciales: «Homero, Shakespeare, Lope, Guillermo de Aquitania, / Howard Hawks y Alex Raymond, todos caben / en tu casa, formando un solo cuerpo, / una única esencia, un solo espíritu» (pág. 120), del poema «Felicidad»; mientras que en «Tristeza verdadera» retornan las confusas percepciones de la propia juventud: «De joven, no sabía de verdad lo que era / la tristeza. Mis versos estaban impregnados / de falso desconsuelo, de una pena ficticia, / de una melancolía escenográfica» (pág. 110), frente a la auténtica pesadumbre del presente; se observa también la persistencia del enamoramiento lejano, en «Perfume permanente»: «Creí que ya no estaba. Pero estaba. / Me refiero al perfume que dejaron / tus manos en las mías en el cine / en que las tuve por primera vez» (pág. 138); sin que falte la sensual inmediatez del cuerpo amado en «Punto de luz en el naufragio»: «Tu cuerpo es una tabla de luz a la que asirse / en el instante del naufragio eterno, / cuando la noche reina y todo es una /pesadilla insondable y recurrente» (pág. 126). Un excelente poemario que tiene mucho de balance vital, recuento evocativo, prontuario de reconocidos fervores culturales y asunción de la experimentada madurez.
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