Entre Mallorca y la locura
Solamente se posee aquello que se ha perdido, escribió una conocida poeta argentina, que es lo mismo que decir que una no debe perderse en aquello que, irremediablemente, se ha perdido. Algo similar es lo que le sucede a la narradora y protagonista de «Las posesiones», la novela de la escritora mallorquina (pero residente en Barcelona desde hace ya unos cuantos años) que se alzó con el premio de novela en catalán Llibres Anagrama y que acaba de ser publicada en castellano por la editorial Asteroide para disfrute y placer de muchos más lectores. Una obra escrita a corazón abierto y en la que la autora, que diez años atrás se zambulló en el peligro de llegar a la treintena en la Ciudad Condal con «Coses que et pasen a Barcelona quan tens trenta anys», ofrece un sincero y bien cuajado retrato familiar con la locura como telón de fondo.
Y es que la narradora de «Las posesiones», después de deambular por tierras lejanas y extrañas, regresa al punto de partida y a su Mallorca natal con la ilusoria sensación de que el regreso a la tierra que la vio nacer significará un feliz reencuentro con su familia. Sin embargo, la experiencia que vivirá será muy otra, pues con lo que se encuentra, el paisaje feliz que adornó su infancia, se ha transformado en otra cosa: un padre poseído por la demencia y que libra un combate feroz contra un presunto delito urbanístico que puede llevarlo a perder su finca, es decir, su posesión, tal como se conoce en Baleares a las casas.
Lugar siniestro
Así, el ámbito familiar, lejos de ser un espacio amable al que regresar pasado el tiempo se convierte lentamente en un lugar siniestro que comenzó a construirse en 1993, cuando un viejo socio de su abuelo, rodeado por las ruinas de la vida, decidió quitarse la vida después de matar a su esposa y a su hijo.
Novela impecable y de factura moderna que entreteje sin miedo tres argumentos que pueden resultar de un primer golpe de vista dispares pero que van a unirse gracias al estilo de Llucia Ramis, una manera que te atrapa –la crisis del periodismo, la corrupción, la educación sentimental de la protagonista–, «Las posesiones» refleja la madurez narrativa y la solidez de la autora, que no tiene reparos en componer una historia familiar con aquello que sucede en las mejores y también en las peores familias y que, después de haberlo perdido todo, se encuentra, gracias a los caminos inescrutables de la ficción, de la literatura, segura de sí misma, consciente de que pueden perderse muchas cosas que van más allá de lo puramente material. Pero nunca, por supuesto, como decía aquella poeta argentina, a sí misma.