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Epidemia zombi en Manhattan

«Zona uno». Colson Whitehead. PLANETA. 336 páginas, 18 euros (e-book, 13)
La Razón
  • La Razón es un diario español de información general y de tirada nacional fundado en 1998

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Los zombis se han convertido, finalmente, en la metáfora más acabada del Apocalipsis posmoderno. Las causas pueden ser varias: la crisis de la fe en un mundo nihilista, un virus o una mutación genética, quién sabe, pero algo bastante profundo ha vuelto, como lo reprimido freudiano, para vengarse y advertir a los seres humanos de que el mundo tal y como lo conocimos ha llegado a su fin. La escatología religiosa tiene esa función postrera: anunciar el fin del mundo, la resurrección de los cuerpos y el Juicio final. Pero en un mundo secularizado, el Apocalipsis se ha convertido en una especie de videojuego en el que los zombis son los nuevos marcianitos.
Por su ambigüedad, los zombis pueden también cumplir la función metafórica de representar variaciones sociales del friquismo contemporáneo: la trivialidad pop aplicada a la catatonia profesional. Ésa es la razón del abuso del adjetivo para designar a políticos, gobiernos o banqueros zombis: muertos vivientes que ignoran su estado. En cuanto al relato, si sigue la evolución del género, iniciado con «Yo anduve con un zombie» y renovado con «La noche de los muertos vivientes», estamos ante un relato gore de superación colectiva. En caso contrario, en una nueva modalidad de crítica o sátira social.
Cazadores sin miramientos
«Zona Uno», de Colson Whitehead, sigue esta segunda opción: la post-Apocalíptica. Comienza donde termina «La noche de los muertos vivientes»: una fila de cazadores armados eliminan a los zombis de forma profesional, sin miramientos. Ha acabado la noche infernal y con los zombis reducidos en la isla de Manhattan, se inicia la reconstrucción del mundo desde cero.
Mark Spitz, protagonista de «Zona Uno», ha sobrevivido al apocalipsis caníbal, pero no es el héroe típico que protagoniza las novelas de zombis, es el hombre corriente que reconstruye su pasado sobre los escombros del presente porque sabe que el mundo que conoció jamás volverá. Se trata, por tanto, de una novela sobre la memoria y el recuerdo. Nada que ver con un relato de aventuras. Aquí los zombis son pretexto para una narración introspectiva, elegíaca, sobre el fin de una época, escrita con ambición literaria por un autor que juega poéticamente con el fantasma literario de moda, pero cuya lectura apunta a «lo siniestro» freudiano: aquello que, siendo familiar, se ha vuelto extraño. Ése es el mérito de Colson Whitehead, hacer que los zombis formen parte de lo literariamente serio sin desdeñar lo genérico.

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