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¿Es el asesino de tatuajes una mujer?

Ashley Dyer entrega un asombroso y genial «thriller» en «Astillas en la sangre»
larazon
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Ashley Dyer entrega un asombroso y genial «thriller» en «Astillas en la sangre».
Sin duda, las escritoras anglosajonas son las reinas de la novela de misterio. Tienen una larga tradición y las innovaciones se integran sin que arrasen con el macizo genérico que la sostiene. En el caso de Ashley Dyer, pseudónimo de Margaret Murphy, escritora de novelas de suspense, y Helen Peper, experta en temas forenses, es integrar al asesino en serie posmoderno como una síntesis de los múltiples asesinos literarios que han estetizado al criminal hasta convertirlo en un icono de maldad. En «Astillas en la sangre» se trata de una sombra amenazante que flota alrededor de los dos policías que investigan el caso de ese «asesino de los tatuajes». Previamente, han de resolver sus propios problemas para descubrir quién es ese asesino de mujeres que las tatúa en carne viva con un abigarrado taraceado de signos.
La utilización de la víctima (una mujer) por todos los «serial killers» como objeto simbólico en un campo semiótico cumple dos objetivos: que el detective interprete la escenificación del crimen y que entable una relación dialéctica con el asesino que lo desafía desde su narcisismo psicopático.
La relación privilegiada entre detective y némesis es histórica, se remonta a Sherlock Holmes y el profesor Moriarty. ¿Qué le añade la posmodernidad desde que Thomas Harris lo literaturizó en «El silencio de los corderos» (1991) y el cine lo convirtió en un icono gore? La artisticidad. El estrangulador de Boston es un asesino cutre. El mariposón que despelleja a las chicas para hacerse con sus pieles un traje, porque no puede pagarse una reasignación de sexo, es un artista extremo, porque late en su «obsesión de género» el ideal del artista contemporáneo: un narcisista urgido por el afán de figurar mediáticamente «instalándose». La víctima es el objeto comunicativo que utiliza para su instalación. El crimen concebido como una de las bellas artes es una simpleza de De Quincey. Su tesis es que uno empieza asesinado y acaba perdiendo las formas. Cuán distinto es considerar al asesino en serie como un artista posmo.
Artista contemporáneo
En «Astillas en la sangre», Ashley Dyer se platea el problema de forma cauta: «¿Son los tatuajes dechados confesionales?» Y la víctima responde: «Me quieres hacer creer que torturar y asesinar a mujeres es una aspiración intelectual?». Pues sí, algo hay de verdad. Si el «happening» es sacar un hecho de su contexto y tomar conciencia de que el mundo es un espectáculo en el que uno mismo es espectáculo, el asesino en serie sería una réplica gore del ridículo artista contemporáneo que con su performance abole las brecha entre arte y vida.
Gracias a la genial inspiración de Dyer el lector cae en la cuenta de que, al abolirse esa brecha la escenificación macabra de los asesinatos ritualizados remiten al arte contemporáneo, cuyo misterio hermenéutico ha de descifrar el detective. Como hace el crítico de arte. Por ello, Ashley Dyer puede considerarse como una novelista genial y «Astillas en la sangre» asombrosa.

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