Esclavos de la barbarie
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Un vistazo hoy a la cartelera nos ofrece historias de discriminación racial como «Figuras ocultas» y «Loving», poniendo de manifiesto que las infinitas injusticias que se han cometido en mil y un ámbitos con respecto a la raza negra se han ido convirtiendo cada vez más en un interesante motivo narrativo y audiovisual. Lo cual queda enfatizado por el extremo de tal discriminación: el racismo convertido en esclavitud. Ahí tenemos la miniserie «Raíces», versión de la que triunfó en 1977: la historia de cómo en Gambia, en 1750, el muchacho de quince años Kunta Kinte es capturado por traficantes de esclavos junto con otros muchos hombres y mujeres, y trasladado en una nave negrera hasta las colonias inglesas en Norteamérica. Ahí tenemos, también, la novela que acaba de publicar Capitán Swing, «Las confesiones de Nat Turner» (1967), de William Styron, sobre el hombre que, en 1831, protagonizó una rebelión contra los blancos que le costó acabar en la horca. Ahí está el inminente estreno de «El nacimiento de una nación», película de Nate Parker basada en este libro, en la línea de «Doce años de esclavitud», que en 2013 llevó al celuloide Steve McQueen a partir del libro autobiográfico del esclavo Solomon Northup.
El lector ahora tendrá un excelente complemento a este tipo de tratamiento literario y cinematográfico del tema que nos ocupa con el libro de Kenneth Morgan «Cuatro siglos de esclavitud trasatlántica» (traducción de Carme Castells). En él se aborda el largo periodo que va de 1501, cuando la Corona española autoriza la introducción de esclavos africanos en sus colonias de las Américas, hasta 1888, momento en que la esclavitud es abolida oficialmente en Brasil: «Se calcula que dos millones de africanos murieron en esta travesía. ¿Por qué la esclavitud fue consentida por líderes religiosos, políticos y filosóficos durante tanto tiempo? ¿Cómo es posible que las clases educadas del mundo occidental aprobaran y promocionaran una actividad que, años más tarde, ha sido considerada como una barbarie?», se pregunta el autor, que realiza todo un completo seguimiento de este asunto, desde los flujos de la trata de esclavos en función de dónde partían y adónde eran encaminados, hasta la emancipación de los esclavos, pasando por cómo se efectuaba tal comercio de personas, cómo era la esclavitud en las plantaciones, la resistencia de los esclavos en diferentes periodos y los pasos hacia la abolición de tal infamia.
Estructura triangular
Hoy, la web de la Transatlantic Slave Trade Database constituye una fuente imprescindible para los historiadores que deseen estudiar los flujos de la esclavitud en el mundo atlántico, como indica Morgan. Esta base de datos muestra unas estadísticas tan frías como impresionantes acerca de la migración intercontinental forzosa en la historia moderna. Unas circunstancias que auspiciaron gobiernos que disponían de recursos financieros e intenciones comerciales ambiciosas para llevar a término largos viajes oceánicos –«las principales potencias comerciales de Europa Occidental, que competían unas con otras por el tráfico ultramarino y el imperio a principios de la era moderna: España, Portugal, Francia, Holanda e Inglaterra»– y que también vieron, pese a lo dicho por Morgan, el surgimiento de voces que no se cansaron de denunciar la esclavitud. Por poner sólo un ejemplo, mencionemos a R. W. Emerson, que en un encuentro de 1844 para conmemorar el décimo aniversario de la liberación de los esclavos antillanos, pronunció estas palabras en una conferencia: «Espaldas de hombres azotadas con trallas... fugitivos perseguidos con sabuesos hasta los pantanos... y, en caso de enardecimiento, un dueño de plantación que arrojó a su negro a una vasija de cobre llena de jugo de caña hirviendo». Este era el tratamiento habitual que se les dispensaba a los esclavos en las plantaciones del Sur. Cuenta Morgan que las haciendas agrícolas a las que eran enviados sobre todo los hombres negros era a las de azúcar, tabaco, algodón y café: «El desarrollo de todos estos cultivos requería un clima cálido y se necesitaba una enorme cantidad de mano de obra para realizar múltiples tareas como plantar, cultivar y trasportar la cosecha a los barcos». La producción de tales cultivos tenía en el Viejo Mundo un mercado ascendente y para ello se había establecido una estructura desde Europa triangular: los barcos negreros salían de sus países de origen rumbo a África; allí compraban esclavos y los transportaban a través del Atlántico para venderlos en América y, al final, volvían a su puerto de partida original. Asimismo, los comerciantes norteamericanos se unirían al comercio esclavista ya en la época de las trece colonias que formaban parte del Imperio Británico y, por supuesto, con la formación de Estados Unidos, donde el tráfico interno de esclavos sería floreciente en el siglo XIX.
De esta manera vamos conociendo, en un libro magníficamente ilustrado además, cómo la trata de esclavos hispanoamericana alcanzó su máximo nivel cuando también, hacia 1820-1830, «más de 750.000 africanos esclavizados fueron desembarcados en los mercados hispanoamericanos, principalmente en Cuba», donde una gran cantidad de barcos españoles tenía su base habitual. La palabra en sí, esclavitud, nos remite a esas épocas que parecen lejanas e incivilizadas, pero cómo olvidarse de que hoy mismo, como señala Morgan en la introducción, existe la venta de personas como objeto o la explotación laboral sin apenas remuneración, la prostitución en Tailandia y en tantos otros lugares, o incluso en campos como «la venta de agua en Mauritania, la producción de carbón en Brasil, la agricultura en general en India, y la albañilería en Paquistán». Según la OIT, unos veintiún millones de hombres, mujeres y niños sufren el yugo de alguna forma de esclavitud en la actualidad.