España, global y en viñetas
Después de la «Historia mundial de Francia» y de la de Italia –y luego de otra de Cataluña–, llega la «Historia mundial de España», un volumen considerable, y muy bien editado, dirigido por Xosé M. Núñez Seixas. La de Francia está puesta bajo la advocación del gran historiador del siglo XIX Jules Michelet, según el cual «no bastaría con la historia del mundo para explicar» la del país galo. La nuestra no se abre con tanta ambición ni tanta belleza, pero sustancialmente intenta lo mismo. Escribir una historia que tenga en cuenta la pluralidad de los territorios y los «actores» que la han hecho e intentar comprenderlos en su relación con un orbe igualmente plural y diverso. Más que de España, según el director del volumen, habría que hablar de las Españas, aunque no sea ese el título final.
Para ello han sido convocados más de cien historiadores profesionales, con nombres tan prestigiosos como Enric Ucelay-Da Cal, Ramón Villares e Isabel Burdiel, que dedican cada uno un breve capítulo a un momento o un hecho significativo de nuestro devenir. Desde Atapuerca y Altamira hasta el «procés» en 127 viñetas. En sí mismas, resultan casi siempre ágiles, entretenidas, bien escritas y puestas al día. Y en algunos casos sorprendentes por la originalidad del punto de vista o lo poco conocido del motivo tratado, como ocurre con la dedicada a los misioneros claretianos en el Golfo de Guinea o a la Juana la Loca del gran cuadro de Pradilla. Otra cosa es el conjunto, que no aparece tan claro.
En general, la selección del contenido de cada viñeta parece ir guiada por una voluntad de apartarse de los caminos demasiado trillados. Se da por supuesto, así, el conocimiento de la historia que se cuenta. Para la Segunda República, y muy de acuerdo con preocupaciones actuales como el género o la corrupción, se habla de la legalización del divorcio, del voto de las mujeres, del estraperlo y, ya en guerra, del Guernica y del papel de la Unión Soviética en el conflicto. No es imprescindible, por supuesto, hablar de los nacionalistas catalanes, ni de la quema de conventos, ni del terror en el Madrid de 1936, pero se entenderá cierta perplejidad ante una selección que parece arbitraria, sin que lo tratado en cada episodio consiga recomponer un hilo conductor, si es que se busca este. Tampoco aparece clara la relación entre lo sucedido durante esos años y lo que estaba ocurriendo, al menos, en el resto de Europa
«Esperando a Vox»
Tal vez la falta de sentido venga de que lo que se quiere demostrar es la inexistencia de España como nación, siguiendo la obsesión de alguno de los firmantes de los textos, como José Álvarez Junco. O bien es que aún no está clara la narrativa alternativa a la que se aspira, aunque los capítulos finales, propios de eso que se llama historia del presente, tengan un aroma inequívocamente anti PP y simpatizante con la causa nacionalista (catalana, por supuesto). El último, de Josep Ramoneda, en vez de «Esperando a Europa» se podía titular «Esperando a Vox».