Espartero, revolucionario a su pesar
El documentado ensayo sobre el general pone de manifiesto las ideas contradictorias sobre su persona y aborda el tema del género (inlcuyendo a su mujer), el nacionalismo y la memoria histórica
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El documentado ensayo sobre el general pone de manifiesto las ideas contradictorias sobre su persona y aborda el tema del género (inlcuyendo a su mujer), el nacionalismo y la memoria histórica.
Espartero fue «el Pacificador», el militar que terminó la guerra civil más cruenta que ha vivido España, el hombre más querido del XIX. El culto a su persona, tal y como cuenta Adrian Shubert, fue extraordinario porque era la «encarnación de la honradez» (p. 353), de la aspiración a una patria próspera y justa. Las calles se llenaron de homenajes a su figura. Hoy no queda casi nada. Su nombre desapareció del callejero por deseo de los franquistas, que lo repudiaron por liberal, y luego de nacionalistas, que lo tachan de españolista. Shubert ha escrito un biografía de Espartero (1793-1879) que lo devuelve a la actualidad. La obra adopta el modelo tradicional, pero usa la biografía para iluminar cuestiones históricas. En este sentido, no se resiste a las modas y aborda el tema del género, el nacionalismo y la memoria histórica. La primera cuestión, la injusta exclusión de la mujer, la ejemplifica con la descripción de Jacinta, la inteligente y culta esposa del general. El españolismo, por otra, está muy bien abordado con la reconstrucción del culto popular al personaje, que muestra una movilización nacionalista ajena a la institucional, surgida de forma espontánea.
Ese culto fue fundamental para el levantamiento de 1840, en el que, según Shubert, Espartero fue «revolucionario a su pesar» (p. 230). María Cristina y su círculo político se negaron a revocar una Ley de Ayuntamientos que, en su opinión, era contraria al espíritu constitucional. Los progresistas, en consecuencia, se levantaron en armas. La Regente pidió auxilio a Espartero. Y como si fuera uno de lo casos descritos por Malaparte en «Técnicas de golpe de Estado», aprovechó su popularidad y la debilidad de ambos extremos para asumir el papel de árbitro. No obstante, el Partido Progresista era una agrupación mal avenida de personalidades, cada una con su cohorte, como el Moderado. Esa división se mostró durante la regencia de Espartero. El Regente llamó en su auxilio a los «ayacuchos», hermanos de armas en América, para sustituir a los «santones» políticos, como bien explica Shubert (p. 213). Este plan desvirtuó las instituciones e indispuso a los progresistas con Espartero, asunto capital pero tratado ligeramente en el libro. El odio estalló cuando el Regente cesó a Joaquín María López en mayo de 1843 por un programa de gobierno que contenía la separación del círculo militar íntimo del general.
La oposición protestó, pero él alegó, como María Cristina en 1840, que usaba su «prerrogativa constitucional» (p. 288). La sublevación civil y militar de moderados y progresistas se inició con el grito de Olózaga: «Dios salve al país. Dios salve a la Reina». Espartero intentó sofocar a los rebeldes, y llegó a bombardear Sevilla. Esto llevó al Gobierno Provisional a exigir a Espartero que no reprodujera en Sevilla «el negro cuadro de Barcelona y Reus», poblaciones que bombardeó en 1842, si no quería ser declarado «traidor a la patria» y «entregado a la execración pública de los españoles y de la humanidad entera». Espartero tomó el vapor «Betis» y marchó al exilio, donde estuvo hasta 1848.
Gobierno dividido
La revolución de 1854 le sacó de su retiro de Logroño porque Isabel II le llamó para salvar el Trono. Formó gobierno con O’Donnell, y se encontró con un Congreso muy dividido. Espartero, según Shubert, quería volver cuanto antes a su «jardín de Logroño» (p. 362) porque aquella cámara era ingobernable. La ruptura con O’Donnell se consumó en junio de 1856 y un mes después estalló una revuelta para impedir que aquél sustituyera a Espartero en la presidencia del Gobierno. Los progresistas pidieron al general que comandara sus fuerzas. Sin embargo, su héroe huyó. En cuanto se supo, la gente quemó en las calles los retratos del Duque. Las heridas de 1843 y 1856 con los progresistas, en especial con Olózaga, no se cerraron nunca. El partido lo reclamó entre 1863 y 1864, pero generó más división. Solo se salvó su popularidad, que le valió para que le propusieran en 1868 convertirse en Baldomero I .
La memoria histórica, tercera cuestión planteada, es una preocupación política que difícilmente puede mostrar los claroscuros de una trayectoria como la de Espartero. Su vida fue la guerra, primero por la independencia de España, luego en América, y por último entre españoles. No fue un hombre de ideas, aunque sí de convicciones. Apeló a la «voluntad nacional», pero no desgranó cómo debía articularse ni lideró un partido. Defendió la monarquía de Isabel II, pero vio con agrado el éxito de la revolución que echó a los Borbones, recibió a Amadeo de Saboya, saludó a la República de 1873, y se entrevistó con Alfonso XII en 1875. Fue un militar populista y nacionalista, como ha escrito Shubert, una persona sin ambición que repudió a los políticos, esos mismos que intentaron instrumentalizar el culto popular a su persona.
Sobre el autor
El historiador e hispanista canadiense Adrian Shubert es profesor y catedrático de Historia en la York University de Toronto. En 2010 ya publicó «Baldomero Espartero (1793-1879): del ídolo al olvido», dentro de la obra colectiva «Liberales, agitadores y conspiradores: biografías heterodoxas del siglo XIX».
Ideal para...
Los estudiosos del XIX español y los amantes del mundo romántico y nacionalista europeo del Ochocientos, especialmente del nuevo género biográfico que combina la contextualización, vida privada y perspectiva.
Un defecto
No hay una visión crítica de Espartero, al que se presenta siempre como «víctima de sus propios aliados» (pág. 391), a diferencia del tratamiento que se da a otros personajes como Olózaga, Narváez y O’Donnell.
Una virtud
La reconstrucción del culto a Espartero es sobresaliente. La obra está bien estructurada y no se pierde nunca de vista al biografiado. Shubert muestra el Archivo Espartero, que ha manejado en exclusiva.
Puntuación:
8