Este mundo doloroso
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San Judas, además de ser uno de los doce apóstoles, es el nombre de una conocida empresa médica que fabrica y comercializa válvulas artificiales para tratar enfermedades del corazón. En la última novela de Julia Escobar, también es el apellido de un prestigioso médico que ejerce en un hospital madrileño. De él se enamora –en el sentido más profundo de la palabra– un enfermo, Rafael Lillo, que encontrará así la forma de dedicarlo todo a su dolencia. Nunca el amor común anda lejos del amor propio.
Julia Escobar es una de las mejores traductoras de lengua francesa de nuestro país. Ha publicado varios volúmenes de poesía y hacía tiempo, desde la memorable «Asamblea de los muertos» (Pre-Textos), que no daba a conocer una novela de ficción. Este «San Judas 27 (La catedral del dolor)» no defrauda. El protagonista, insolente y decidido a dar su opinión sobre cualquier cosa, relata su experiencia médica, que viene a ser su vida entera, sin dejar títere con cabeza y en un abanico que va desde el feminismo hasta la Sanidad pública, como era de esperar.
El enigma de judas
Como Rafael Lillo tiene ingenio y mal carácter, las páginas de este libro se cuentan, a pesar del título, entre las más divertidas y corrosivas de lo publicado durante los últimos tiempos. Evidentemente, Julia Escobar conoce muy bien el asunto del que trata, pero no hay aquí la menor autocomplacencia, ni rastro de esas emociones que corren a flor de piel (de gallina) casi siempre que un escritor, o escritora, se decide a hablar de las cosas de la enfermedad.
Deje el libro a un lado, por tanto, quien busque despliegues sentimentales. Lo que hay es realismo –sin llegar al tremendismo, la autora es heredera de la gran tradición–, una cierta afición por la precisión costumbrista, de tono y escenario madrileño que es tanto como decir la quintaesencia de lo español, y una insaciable curiosidad hacia aquello mismo que hace insufrible la vida, que es casi todo, por no decir todo. La novela presenta un rasgo raro en nuestros días, como es tratarse de un texto completamente adulto, propio de quien sabe de verdad, desde dentro, en qué consiste la literatura y en qué la vida. Y si Rafael Lillo, a pesar de su falta de prejuicios, no es capaz de tomar la menor distancia con la atrocidad que está cometiendo, es en la relación de la autora con su personaje donde se va revelando con una intensidad a veces alucinante una verdad que la incontinencia verbal de Rafael Lillo, tan ingenioso, tan ingenuo a veces y tan desgraciado, no puede ocultar.
Es sorprendente asimimo cómo se llega a la ironía clásica, poco frecuente en estos tiempos en los que estamos orgullosos de no creer en nada. El mundo no tiene arreglo, claro está. Nosotros, que formamos parte de él, tampoco. Entre lo que tal vez se pueda hacer está alguna forma de venganza casi sublime, inocua porque no hiere a nadie, y que permite restablecer el orden y el significado que, como es natural, nos empeñamos en destruir como si en ello nos fuera la vida.