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Eugenio Padorno, verso a verso

larazon

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Habla Lezama Lima del extraño caso de un lord inglés que escribía sus poemas en papelillos de fumar, y, acto seguido, se los fumaba. Y, razonablemente, concluye: ¿Acaso no «existen» esos poemas? ¿Acaso no fueron creados?... Constatando también lo «inútil» y necesario de la escritura, Eugenio Padorno titula sus 500 páginas de medio siglo de poesía reunida «Acaso solo una frase incompleta (1965-2015)». Se ve ahora en su plenitud la dolosa ausencia de plenitud que escrutan sus versos, en un poeta que se «radicaliza» con los años, como expone Jorge Rodríguez Padrón en prólogo definitivo.
Padorno quisiera ir mar adentro en la espesura del conocimiento poético; y, consciente de que es tarea imposible de consumar, no se engaña con atajo alguno, sino que hace del diagnóstico de las limitaciones su leit-motiv («Y lo de nuestro espíritu es errar en el centro del mar multiplicado»). Cualquier verso padorniano es metapoesía en el espacio insular, cuya orilla playera le sirve de representación de esos hiatos. Desde el «Istmo de las Isletas», un confín de la playa de Las Canteras, en Las Palmas, donde vive desde la infancia y data sus poemarios, se ha creado su secreto escritorio («Tinta de sol», «Pisapapeles en la arena»...), y el oscuro mar («gramófono rayado» o «un borracho hablando a gritos en la noche»...) es la representación de la «oquedad» a que se enfrenta el «Poeta sin nombre».
Toda transacción lírica va «de un aislado a otro aislado»; máxime si –rodeado de «Mendigos del ser» sujetos a una «Molienda colonial»– escribe desde una isla del «gredal africano» o el «sumidero atlántico», como subraya en sus últimos libros. En «Septenario» (1984), escrito desde París con la mirada puesta en la playa de la infancia, confirma que el «designio de su tarea [del poeta insular] es la construcción de una obra hermosa, trágica e inútil».