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Fernando Savater: «En España nadie está dispuesto a protestar porque le recorten el país»

El filósofo vasco analiza en esta recopilación de artículos temas candentes. Regresa con «Figuraciones mías».
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«La filosofía parece ocuparse sólo de la verdad, pero quizá no diga más que fantasías, y la literatura parece ocuparse sólo de fantasías, pero quizá diga la verdad». La cita, robada a Antonio Tabucchi de su aplaudida «Sostiene Pereira», refleja muy bien ese juego de apariencias y clichés que a veces se construye en torno a las palabras, como si la responsabilidad del escribiente se diluyese en un género o una disciplina. Por suerte, Fernando Savater ha renunciado a ocultarse tras esa máscara de puerilidad bajo la que se esconden otros escritores y, a cara –y pluma– descubierta, enarbola su compromiso con la reflexión y el pensamiento, aunque eso suponga colocarse en un peligroso vórtice: el del fin de la inocencia. «Figuraciones mías» (Ariel), el nuevo libro del filósofo, habla precisamente sobre «el gozo de leer y el riesgo de pensar» a través de una miscelánea de artículos seleccionados por el propio autor –entre los que se incluyen los galardonados «El compromiso con la verdad», dedicado a Jorge Semprún, y «Te daba así»–. «No tengo ni blog ni Twitter, sigo escribiendo igual en el periódico, y creo que los que lo hacemos así tenemos un elemento de responsabilidad y autocontrol que no se tienen en otras fórmulas más anárquicas de internet», explica el autor, que alega en el prólogo que esta recopilación es casi un «réquiem» al denostado artículo periodístico.
Si, como decía Federico Luppi a través de su personaje en «Lugares comunes», el objetivo de un buen profesor es despertar en sus alumnos «el dolor de la lucidez, sin límites, ni piedad», el escritor vasco parece haberse propuesto propinar a los lectores una bofetada –en sentido figurado– para arrancar sus inquietudes del ostracismo. «No me propongo hacer daño a nadie, pero sí creo que, aunque todos los despertares nos sobresaltan y tienen un punto amargo, es mejor estar despierto que dormido, y saber que no saber», comenta. Siempre empeñado en espantar esa modorra intelectual en la que la comodidad nos mece, Savater recoge reflexiones sobre algunos de sus autores predilectos, así como pertinentes comentarios sobre el ciberespionaje, los derechos de autor y la piratería, sin olvidar, por supuesto, la educación que, en sus palabras, «no puede ser un arma arrojadiza sectárea, ni utilizarse como instrumento político». Por eso considera que, en tanto que la enseñanza debe ser una «reflexión sobre valores comunes, la pérdida de la asignatura de Educación para la Ciudadanía es un desastre» y lamenta, como crítica generalizada, que «la gente se preocupa por la educación pública para gritar a Wert, pero luego les importa un pimiento». De hecho, en uno de los artículos de «Figuraciones mías», Savater defiende que el objetivo final de la enseñanza debe ser «reconocer y respetar la semejanza esencial de los humanos más allá de nuestras diferencias» evitando «celebrar y perpetuar lo que nos distingue» para «comprender que compartimos algo más profundo e importante». Como si se tratase de una metáfora de su propia obra, las reflexiones de Savater también superan las visiones reduccionistas y su zumbido traslada al lector, casi de forma inconsciente, más allá de lo aparente, porque, ¿no es acaso ese afán de subrayar lo distintivo la esencia del nacionalismo? «Nos encontramos en una etapa de celebración del narcisismo de las pequeñas diferencias, muchas de ellas inventadas para el caso. En toda España, la gente está dispuesta a salir a la calle por los recortes en sanidad y educación, pero no verás a nadie protestando porque le recortan su país», comenta. Savater reconoce que aquí «hay cierta vergüenza a reivindicar lo español» y que, al final, se ha conseguido que «los ciudadanos sean nativos de sus regiones, ligados a su autonomía, pero no al conjunto del país». Tanto es así que aboga por extirpar a las palabras esa mácula de lo políticamente correcto –«hablar de recentralización produce convulsiones, pero hemos llegado a un punto en que la descentralización siempre es buena aunque se aplique a cualquier estupidez»– y señala que, en educación «no debería permitirse que los contenidos y las pautas educativas estuvieran casi todas delegadas, debería haber unos controles a nivel estatal». Asimismo, apuesta por la enseñanza laica, no sólo como una distinción entre lo religioso y lo profano, sino porque de ese modo «se protege el bagaje cultural común que hay en un país. El laicismo es la defensa de una lengua común, de una cierta cultura ciudadana compartida», asegura. Y así, al igual que en la portada del libro, Savater –como si desenvainase la espada– se saca las gafas, aunque, curiosamente, las lentes parecen no conseguir desasirse de esa mirada analítica con la que disecciona el mundo.
En pocas palabras
«Llamarla ''escritora'' a secas es poco»
Savater recoge en «Admiraciones», la primera parte del libro, a algunos de sus autores favoritos, entre ellos, Virginia Woolf, de quien dice no conocer «escrito más emocionante que la carta de despedida a su marido».
La educación pública «importa un pimiento»
El filósofo vasco lamenta que «la gente se preocupa por la educación pública para gritar a Wert, pero luego les importa un pimiento» y defiende que la enseñanza deje de usarse con fines políticos.
«Los países espían a sus amigos»
El escritor asegura que lo más relevante de Snowden «no es que haya revelado que los países se espían unos a otros, sino que datos importantes y secretos caigan en manos de personajillos como él».
Ficha
«FIGURACIONES MÍAS»
Fernando Savater
ARIEL
144 páginas,
16,90 euros (e-book 9,99)