García Llovet, a quemarropa
Se nos dice en la contraportada que es una novela que trata sobre el Madrid más anónimo, sobre gente que no sabe lo que quiere. Sobre cómo dejar de hacer nada y empezar a hacerlo todo; cómo dejar de escribir e ir a la guerra... y se nos concede lo prometido. Eso sí, con fuertes dosis de extrañeza, exquisitez, abatimiento y aspereza. Como del ojo al hueso. Como puñaladas traperas. Las obras de García Lloret tienen una tónica común: siempre nos hablan de tiempo perdido, cosas perdidas y gente no menos perdida. Personajes que luchan, se defienden, sobreviven, vagan y divagan desde los márgenes, a los que el lector solo puede acceder caminando sobre arenas movedizas y rasgando la cortina de niebla que les envuelve marginados de sí mismos. Acompañamos a Renfo y a sus amigos Curto y Vips, en la búsqueda de un manuscrito perdido del mítico escritor latinoamericano y padre del primero: el gran Ronaldo. Atravesaremos junto a ellos el presente incierto de un Madrid a punto de venirse abajo, en lugar de ascender al cielo, de la mano de unos seres que van a ciegas porque nunca saben lo que les aguarda al doblar la esquina. Traza una geografía emocional por la que se cruzan conventículos literarios, fiestas desatinadas, decisiones patéticas, niñas «fefas», muchos bares y buena-mala gente. La narrativa de García Llovet es de una difícil categorización que fascina. Particularmente dotada para el corto aliento, construye fábulas a medio camino entre el lirismo y el nihilismo que no dan tregua a la esperanza habitadas por seres condenados a encauzar constantemente sus trayectorias como muñecos tentetiesos. Su prosa no mece, no calma, no acompaña, porque supone una sístole ancha y profunda, capaz de dar la bofetada oportuna. Sus imágenes aparecen sin previo aviso, peinadas con atmósferas evocadoras, cornadas de media asta y tiros a quemarropa. Pero funciona. A su relato le sienta bien. La tinta en la que moja su pluma esta escritora de la generación «inexistente» son los estratos subterráneos, impostores e inaprehensibles de la condición humana. Dentro de unos meses el lector se habrá olvidado del título, de la presente trama, los recién conocidos personajes y puede que, incluso, del nombre de la autora... pero no olvidará el impacto de su ritmo, la melodía de su verbo y la impronta de una narradora que respira por el pulmón del mejor McCarthy, del eterno Bellow y del último Bolaño.