Literatura

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Gonçalo M. Tavares: «Escribo de una manera alucinada»

Gonçalo M. Tavares /Escritor. El portugués, saludado como futurible Premio Nobel, pasó ayer por CaixaFórum de Barcelona para hablar de su obra y sus personajes.

Gonçalo M. Tavares
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El portugués, saludado como futurible Premio Nobel, pasó ayer por CaixaFórum de Barcelona para hablar de su obra y sus personajes.

Encontrar una voz propia, eso es lo que ansían todos los escritores. La del portugués Gonçalo M. Tavares no es sólo propia, sino única e irrepetible, lo que le ha catapultado a la élite de los grandes escritores europeos. El último ejemplo, «Una niña está perdida en el siglo XX» (Seix Barral), novela en la que une a Marius, un hombre que huye de su pasado, y Hanna, una niña con una discapacidad en busca de su padre. Juntos empezarán a juntar las piezas de un rompecabezas que dará luz a la memoria colectiva de todo un siglo.

–Su obra tiene ecos metafísicos, en lo que parece que no existe nada supérfluo.

–No me gusta contar historias por contarlas. Todo personaje posee un trasfondo esencial, ya sea la muerte, la enfermedad, el deseo o la violencia. Me interesa hacer una investigación humana con lo que escribo. La narrativa sería mi laboratorio, por así decirlo.

–¿Es de los escritores que escriben con un plan en la cabeza o prefiere dejarse llevar por la historia?

–Como investigación, parto de cero, con una idea primigenia o una imagen, y a partir de allí va surgiendo todo lo demás. Es lo que más me fascina de escribir, ese éxtasis que sucede cuando descubres algo no premeditado. Mi escritura está casi alucinada. Puedo escribir tres o cuatro horas a 150 kilómetros por hora y el resultado es sorprendente. A veces escribo a 50 kilómetros y lo que sale no resulta tan bueno.

–Pero después de esta fuerza bruta debe haber un proceso de correción considerable, ¿no es así?

–Empecé a escribir y leer a los 18 años y no publiqué hasta los 31. Mi método es siempre igual: dejo lo que escribo apartado durante años y después lo recupero como un lector más. Esta distancia me permite juzgar mejor la obra y pulirla. Por ejemplo, «Viaje a la India», que publiqué en 2010, ya estaba escrito en 2002. Esto me quita presión a la hora de plantearme otro libro.

–¿Y le añaden presión los halagos de Saramago o que ya hablen de usted como un futuro Nobel?

–Uno de los libros que más me han marcado a nivel personal es de Séneca. El pensamiento estoico dice que hay dos cosas en el mundo, las que dependen de nosotros y las que no. ¿Dónde tenemos que gastar nuestras energías? Parece obvio, pero mucha gente insiste en poner su foco de atención en las que no dependen de uno. Yo sólo me preocupo por escribir, pero no de sus consecuencias.

–El cuerpo está muy presente en su obra, ¿por qué?

–Siempre que voy a una cafetería me fijo en la gente a mi alrededor y puedes aprender muchas cosas de cómo colocan las manos, por ejemplo. No me interesan los psicologismos, ni las simbologías, pero la manera en que un hombre acerca el vaso a la mujer que ama puede decir mucho de él. En «Una niña está perdida en el siglo XX» podría haber tenido el subtítulo de «Historia de las manos».

–La escena central de esta novela es un hotel, una especie de laberinto en el que las habitaciones tienen, por ejemplo, nombres como Auschwitz.

–Me interesaba mostrar que a veces perderse en un espacio pequeño es tan angustioso como en una gran selva o bosque. La única luz del pasillo de este hotel es la que proyectan los nombres de las habitaciones. La oscuridad, cuando es prolongada, puede hacer que la luz sea un primer refugio al que acercarse, cuando en realidad esa luz pueda ser en realidad todavía más atroz que la oscuridad primera.