Harry Potter mal padre, estresado y con poca magia
Se oye a lo lejos el silbido de un tren. Estamos en la plataforma 9 ¾ en la estación King’s Cross y la secuencia es un nítido «déjà vu»: familias con lechuzas caminan emocionadas, de un lado a otro inundando la estación de murmullos. Hasta que de pronto reconocemos una voz que precede a unas inconfundibles gafas redondas y una cicatriz en forma de rayo. Es mayor que en nuestro recuerdo, se le ve más preocupado, pero es él, sin duda. Harry Potter ha vuelto para llevarnos a Hogwarts, aunque nuestra túnica de Gryffindor haya sufrido el ataque de las polillas y nuestra varita esté un poco quebrada. Para delirio de todos los Potterheads ya está a la venta en castellano «Harry Potter y el legado maldito» (Salamandra), obra de teatro escrita por el dramaturgo británico Jack Thorne, basada en una historia original de J.K. Rowling, el propio Thorne y el director teatral John Tiffany. Obra, por cierto, que ya se representa en el Palace Theatre del West End y que está dividida en dos partes, concebidas para ser vistas el mismo día o en noches consecutivas.
Edición no definitiva
El texto que nos llega en castellano no hace referencia al hecho de que se trata del libreto del montaje escénico ni a que debido a las continuas revisiones de la obra en marcha, se pondrá a la venta durante 2017 una edición definitiva para coleccionistas: «Definitive Collector’s Edition». Pero volvamos al universo Rowling, que es más correcto que hablar de la octava historia de la saga Harry Potter, al referirnos a este libreto. Repetimos: libreto y no novela. Han pasado diecinueve años tras la «batalla final» en la que el mago de la cicatriz conseguía acabar con Lord Voldemort y restaurar la paz en el mundo de la magia, como leímos en «Harry Potter y las reliquias de la muerte». Hoy es prácticamente un cuarentón y tiene los mismos problemas que los muggles. Potter trabaja en el Ministerio de Magia y Hechicería, tiene tres hijos y sigue casado con Ginny, la hermana de su pelirrojo amigo Ron Weasly. Lejos de la responsabilidad de salvar el mundo mágico encontramos a un Harry estresado, cargado de trabajo. Un padre de familia que no sabe ser padre porque no tuvo uno del que aprender. Y es ahí, bajo las consecuencias psicológicas que dejó Voldemort en Harry, donde encontramos el inicio del conflicto: no logra sintonizar afectivamente con su hijo Albus y el chico, ante la falta de atención paterna, termina desatando una serie de conflictos que pondrán en riesgo el mundo mágico.
En la obra, el pequeño Albus, entablará una entrañable amistad con Scorpius, hijo de Draco Malfoy (como sabemos, archienemigo de Potter en sus años escolares e hijo de uno de los mayores aliados de Voldemort). Por la evidente rivalidad de sus padres, los pequeños magos tendrán que luchar, no sólo con el mundo de Hogwarts que los ha catalogado como nerds, sino también contra rencores del pasado y rumores aterradores del presente. Rowling, como siempre, se mantiene fiel a una constante en todos sus libros: la amistad y el amor son los trucos de magia más potentes de la tierra. Aquí no terminan las sorpresas: Harry no es el único que tiene hijos. El Señor Tenebroso y Bellatrix Lestrange tuvieron una hija que ha crecido sin padres –ambos murieron en la Batalla de Hogwarts– y se convertirá en la mujer que conocemos en esta nueva historia como Delphi Diggory, obsesionada por conocer a su padre. Para conseguirlo, manipulará a Albus y a Scorpius para viajar al pasado sin revelarles realmente cuál es su cometido.
Regresos al futuro
¿Cómo se ha convertido en una Diggory?: Delphi ha lanzado un hechizo a Amos, padre del fallecido Cedric, para hacerse pasar por su sobrina. Bajo el influjo de la magia de la joven, Amos acude a Potter para instarle a que utilice un Giratiempo y regresar, así, al Torneo de los Tres Magos que leímos en «El cáliz de fuego», y poder salvar a su hijo. Aunque se niega, Albus escucha la conversación y, junto a su amigo Scorpius, deciden llevar a cabo el plan por ellos mismos... Y aquí encontramos uno de los principales errores argumentales de esta entrega, que contradice las leyes que la propia Rowling marcó en «El prisionero de Azkaban»: que lo único que debían hacer estos artilugios era cerrar un círculo y no abrir universos paralelos que hubieran comprometido la saga. Por ello, en «La orden del fénix» decidió deshacerse de todos los Giratiempos. Quizá por contravenir tal mandamiento narrativo, este «Legado maldito» parece una sucesión de «regresos al futuro» sin solución de continuidad que alteran el espíritu potteriano.
La relación entre Harry y Albus, que aprenderá que su padre no se siente un héroe sino que le ha tocado serlo a su pesar, es lo mejor de la obra. En cambio, la evolución experimentada por Hermione y Ron deja mucho que desear. No obstante, regresar a los pasillos de la Escuela de Magia y Hechicería así como conocer el destino de Harry, Ron, Hermione y el resto de los protagonistas es una delicia. Aunque no estoy de acuerdo con quieres aseguran que esta historia se acerca al fanfic, sí es cierto que adolece de profundidad de campo. Hay mucha magia pero le falta magia. Es la obra de un aplicado «escribano» con buen oído para respetar el espíritu de la saga que, no obstante, hará las delicias de los miles de Potterheads del mundo... y logrará introducir a nuevos lectores en el camino.