Hay humor en la novela histórica
Sánchez Adalid regresa al Califato de Córdoba en la estupenda «El camino mozárabe»
Es notorio que el autor que mejor ha tratado el fenómeno mozárabe es Jesús Sánchez Adalid. Algunas de sus novelas históricas tratan la historia de esta minoría cristiana entre los sarracenos. La singularidad y pervivencia de la comunidad católica mozárabe en la Edad Media, bajo la dominación musulmana, resulta tan desconocida que bien merece la novelización documentada que ha llevado a cabo Sánchez Adalid. Dos de sus más celebradas novelas, «El mozárabe», de 2005, y «Alcazaba», IX Premio de Novela Histórica Alfonso X el Sabio (2012), narran con precisión y realismo la situación de la vida de los «dimmies», cristianos y judíos, bajo la dominación árabe en los siglos IX y X.
«El mozárabe» ha sido hasta la fecha su mayor éxito literario: se han vendido más de un millón de ejemplares y traducido a numerosas lenguas. Doce años después, vuelve con «El camino mozárabe», que retrocede veinte años a la narración anterior y retoma algunos personajes, aquí episódicos, para volver a la Córdoba del califato y sus enfrentamientos con Radamiro, el rey de Gallaecia, vencedor de la famosa batalla de Simancas, donde Abderramán III perdió su precioso ejemplar del Corán. Frente a la novela histórica posmoderna, atiborrada de datos casi en estado bruto, Sánchez Adalid opone una depurada narración intimista, al clásico modo. Tan alejada de la novela romántica como de los tópicos de la historia de Américo Castro y su idílica España de las tres culturas.
El saber antiguo
Ni la filosofía griega ni la aritmética se la debemos a los árabes sino a los mozárabes, conservadores del saber antiguo bajo el domino árabe, con sus trascripciones de los clásicos en los monasterios. Sánchez Adalid disfruta relatando el camino conflictivo entre Gallaecia y Córdoba con dos narraciones paralelas que contraponen las luchas de poder en el mundo islámico y el cristiano, seguidas de una segunda parte con dos crónicas complementarias de la reina Gotona Núñez, tras las reliquias del niño Pelayo, y la del sacerdote mozárabe Justo Hebencio. Pese a ser una obra coral, el personaje de Goto, la reina de Gallaecia, se convierte en la protagonista absoluta de la novela, seguida de Lindopelo, contrapunto humorístico mozárabe a la rigidez musulmana.
Sánchez Adalid tiene el don de narrar de forma pausada y reflexiva. Literariamente deudora de la elegancia de la mejor novela clásica, en donde prima la narración, la peripecia y el conflicto por encima del dato y la recurrencia a una épica del refrito. El realismo, la verosimilitud y el sentido del humor son tres virtudes que adornan a Jesús Sánchez Adalid, narrador de singulares obras maestras.