Hemos estado en el infierno
Dante ha estado en el infierno y conoce el grado de maldad del alma humana. Fue raptado de niño y hasta los 11 años estuvo confinado en un silo de pocos metros torturado por su captor. Junto a la mujer policía Colomba Caselli forman un dúo de personajes heridos insobornables. Dante Torre, sin embargo, es algo más que un paranoico autista, es un friqui dotado de la sensibilidad desquiciada de los taumaturgos capaz de pensar de forma torcida pero certera para evidenciar la corrupción de los poderosos y detectar la maldad del ser humano.
Estos dos seres anómalos son los encargados de restaurar el orden en un mundo perturbado por el terrorismo del ISIS, los restos del KGB y esas fuerzas anarquista disolventes que se ocultan detrás de las teorías conspirativas. El personaje de Dante, acompañado de Colomba Caselli, es el resultado de mezclar ingeniosamente a Sherlock Holmes y el Dr. Watson con esos nuevos y atípicos investigadores, golpeados y resentidos, que representan Lisbeth Salander y los putrefactos asesinos de las novelas de John Connolly y Mauricio de Giovanni. Es curioso observar hasta qué punto el mal ha infectado a los personajes de las nuevas intrigas que remiten al folletín. Tan enfermizo y doloroso es el malvado criminal como el detective ocasional que lo persigue. Ambos –Dante y la malvada Giltiné– beben del mismo dolor: «Esos ojos que parecían haber mirado los mismos horrores por los que ella había pasado».
Drogas e intuición
La violencia infligida a las víctimas les procura, como una percepción extrasensorial, el don de radiografiar el alma humana mediante el análisis de los micromovimientos y posturas de la gente. Como a Holmes, las drogas y la intuición paranoica azuzan el método inductivo de Torre, enfrentado a una malvada tan antológica como metafísica. Convertida la novela negra en un subgénero progre eminentemente conservador, Sandrone Dazieri ha preferido abandonarse al «thriller psicótico», una mezcla indeterminada de «giallo» e intriga internacional envuelto en una atmósfera mórbida. Repleto de golpes de efecto, como en las antiguas novelas por episodios, en las que el ritmo marca con su desaforada acción la necesidad de mantener al lector en un estado continuo de ansiedad y reforzar así la incertidumbre del misterio y la promesa de un desenlace espectacular.
En cierto sentido, nada que el folletín posmoderno no haya repetido numerosas veces desde la nostalgia de la novela de misterio en el borde desquiciado de la acción de Tarantino. Cada vez es mayor el grado de interrelación de los subgéneros. «El ángel» está trufado de referencias pop, en el filo del «splatter» y la distorsión enloquecida de la acción por el mero placer de disparatar.
Muchos de los autores contemporáneos son incapaces de desprenderse de la angustia de las influencias teorizada por Harold Bloom. Escritores como Dazieri saben que están condenados a repetir o imitar (léase homenajear) de forma agónica al admirado precursor. Esto y no otra cosa es la condición posmoderna: rebelarse contra el padre incluyéndolo. De la cantidad de novelas que tratan de amalgamar con desigual fortuna todos los subgéneros que se desgajaron de la novela gótica y recombinarlos hasta el punto de aparentar un nuevo estadio, «El ángel» es el más logrado intento, por su desmesura, de las que triunfan al fracasar.