Históricos y detectives
La novela negra y la histórica tienen un nexo común: la figura del investigador criminal, personaje cada vez más popular en la literatura
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La novela negra y la histórica tienen un nexo común: la figura del investigador criminal, personaje cada vez más popular en la literatura
Existen grandes historias de detectives y también grandes detectives en la historia. Hay críticos e intelectuales, generadores de baba y rencor, que desprestigian la novela de género. Pensar en cómo se echarían las manos a la cabeza ante una novela que no sólo fuera de un género, sino que lo fuera de dos, da cierto placer. La verdad es que ojalá existiesen novelas románticas, negras, históricas, cómicas, de terror y, ya que estamos, de ciencia ficción, todo a la vez, pero a falta de esa maravilla, vale la pena conformarse con dos, aunque sólo sea para poner los pelos de punta a los snob.
La figura del detective histórico ha alcanzado una gran popularidad desde los años 80, con nombres como Lindsay Davis y su Marco Didio Falco, Ellis Peters y su Fray Cadfael o «El nombre de la Rosa», de Umberto Eco. Sin embargo, ya era un personaje frecuente de la novela histórica desde sus inicios. Porque qué hay más apasionante que los grandes crímenes, pasen cuando pasen. Ejemplos hay tantos que darían para construir una torre de Babel. Luego también hay obras maestras, quizá no para construir una torre, pero sí una cabaña muy confortable. «¡Ni una casita de perro! construirías!», diría ese amante de los clásicos y el gran canon, pero entonces alguien lo mataría y el sargento Cribb vendría a resolver el crimen.
Aunque la más apasionante de todas estas historias es la más inusual. Se trata de «La hija del tiempo», de Josephine Tey, para los especialistas ingleses la mejor novela negra del siglo XX. El arranque es sencillo, Alan Grant, inspector de Scotland Yard, descansa en un hospital con una pierna rota y sin poco más que hacer que mirar el techo. Como buen policía, todas las novelas negras le parecen una solemne tontería y no encuentra nada que hacer, hasta que una amiga le deja una serie de retratos. Uno de ellos, un cuadro de RIcardo III, le despierta una curiosidad, ¿por qué el asesino más cruel y despiadado de la historia, capaz de matar a sus dos sobrinos para asegurarse la corona, tiene un rostro tan triste e íntegro?
A partir de aquí, Tey teje una auténtica investigación histórica para dilucidar quién fue realmente Ricardo III, y qué hay de verdad en la biografía de Tomas Moro, a la que Grant acabará por tildar de panfleto para vanagloriar a los Tudor, o la caricatura creada por Shakespeare. El resultado es escalofriante, y la prueba de que la historia puede ser apasionante, mucho mejor que «Juego de tronos».
La Semana de Novela Histórica de Barcelona se inauguró hace tres años dando a Lindsay Davis el primer Premio Barcino. No podía estar más merecido, ya que su aproximación a la Antigua Roma a través de sus personajes comunes, lejos de palacio, y sobre todo con la creación de Marco Didio Falco abrieron una nueva vía que muchos otros escritores recorrerían después. «Le debemos mucho, fue la primera en poner el protagonismo en las clases populares y sus tramas detectivescas son divertidísimas y fascinantes», confesaba Simon Scarrow, otro divo de la novela histórica, antes de recoger el III Premio Barcino.
Del lado de la novela negra, muchos escritores se han puesto históricos, como Agatha Christie y el Antiguo Egipto en «La muerte llega como el final» o John Dickson Carr y sus tramas durante las guerras Napoleónicas. Más modernos destacan Anne Perry con la pareja formada por Thomas Pitt y William Monk en el Londres decimonónico, o Philip Kerr y sus intrigas en la Alemania nazi. Aunque el más divertido y fascinante es Peter Lovesey y su personaje mítico, el sargento Cribb, también ambientado en el siglo XIX. Aunque su mejor obra es «El falso inspectror Dew», con un crimen en un transatlántico y un polizón confundido con un famoso detective. Insuperable.