Homosexualidad más allá el estereotipo
Alberto Fuguet se ha soltado las cadenas y ha escrito «Sudor» (Random House), «un libro súper gay». Lo dice él mismo, que no quiere representar el estereotipo de homosexual «casi andrógino», comenta.
Alberto Fuguet se ha soltado las cadenas y ha escrito “Sudor” (Random House), “un libro súper gay”. Lo dice él mismo, que no quiere representar el estereotipo de homosexual “casi andrógino”, comenta. Por eso lo del sudor, un elemento propio de los hombres que le gustan, masculinos; y también del sacrificio en el mundo literario, al que intenta “humanizar” en estas páginas.
-El sudor no es algo que relacionemos con el ejercicio de la escritura.
-Tiene que ver más con el ambiente que rodea al mundo editorial, y con el universo gay, con el sexo, con la fiesta... Sudor es una palabra que se relaciona con el vértigo, el trabajo, y es una palabra que causa miedo a la gente porque no le gusta el olor que genera; vivimos en la dictadura de los desodorantes, pero a mí sudar me parece sensual y masculino.
-Claro, el sudor puede ser un elemento íntimo, casi sexual.
-En la medida que la persona quiera. Hay gente que prefiere un sexo más limpio, que está obsesionada con siempre estar aseada, tanto que existen chicos que prefieren entrar en la ducha antes de hacer el amor. A mí eso me parece una falta de respeto.
-El sexo que usted plantea en la novela es entre hombres, pero sin estereotipos gays.
-En la literatura lo gay siempre está asociado a la fatalidad, a lo promiscuo, a la enfermedad, al riesgo y a lo marginal. Quería jugar con cosas que pudieran molestar, como el sudor, y hacer un libro masculino contrario a la cultura gay en la que el ídolo es el chico medio andrógino. Yo no había escrito una novela así porque no quería quedarme con la etiqueta gay, no porque me de vergüenza, sino porque literariamente no me siento identificado con esa estética. La mayoría de los artistas gays tratan muy poco a los hombres, sin ir más lejos Almodóvar, uno de los cineastas homosexuales más famosos del mundo y, sin embargo, no capta un mundo masculino. De hecho, uno podría sospechar si le gustan los hombres. Por ejemplo, tal y como habla en las entrevistas de Penélope Cruz, cualquiera podría decir que está enamorado de ella.
-¿En qué se diferencia usted de él?
-Yo soy más tradicional, me gustan los hombres y me parece que es interesante representarlos en la ficción con sus pelos y también con sus dudas. Para mí los chicos gays son iguales que los heteros, malos para hablar de sus sentimientos y sus traumas. En “Sudor” se trata el tema de la amistad masculina, un tipo de relación en el que no se suele hablar de lo importante, y encima en este caso la sexualidad de los dos amigos es opuesta y hay gente que dice: “¿será verdad, un gay y un hetero pueden compartir cuarto y estar casi desnudos?”.
-¿Su público es generalmente homosexual?
-No, es bastante hetero, pero no es un problema. Este libro le gusta mucho a las mujeres a las que le molan los hombres. Las chicas tienen hasta fantasías porque les da morbo y hay muchas que ven porno entre hombres.
-Ha hecho películas, ¿“Sudor” se adaptará al cine?
-De las que he realizado he escrito el guión directamente. En este caso me parece que no hay manera de hacerlo bien en el cine, pero sería ideal una serie de por lo menos 12 o 20 capítulos de HBO por ejemplos que se atreve a hacer desnudos, y ojalá sea Kit Harington quien salga.
-Además, en la novela hay una dura crítica a la industria literaria.
-Es un mundo humano donde hay muchos egos, competencias y exigencias; se parece al rock. Lo que me molesta es que la gente piense que los escritores, como trabajan con lo palabra, son superiores y más inteligentes, pero somos unos “freaks”. Creo que durante una época algunos novelistas se convirtieron en enormes figuras por culpa de los medios y del entorno, que les transformó en reyes. Deificar significa que luego te des cuenta de que no es un Dios y se caen. Algunos dicen que en este libro ataco a Carlos Fuentes pero lo estoy humanizando. Lo de Vargas Llosa con la Presyler humaniza la literatura, pues puede jugarse su carrera literaria y salir con alguien que representa todo lo que él despreciaba de la farándula. Lo que forman a un escritor son los libros, y una de las cosas que más me gustan de “Cinco esquinas” es que termina apoyando a la chica que trabaja en el peor periodismo, el amarillista.
-Ha asegurado que “la literatura no es abuelas volando”. Una frase crítica con el realismo mágico y que hace una clara referencia a “La casa de los espíritus” de Isabel Allende.
-No amo ese tipo de literatura, pero “Juego de Tronos” tampoco, aunque vi un par de temporadas. Hay gente que quiere escuchar reggaeton y otra, Radiohead. Por diversas estructuras que han creado los medios de comunicación se entiende que es mejor quien oye Radiohead y que el del reggaeton es más tonto, pero no es así, uno tiene que hacerse cargo de sus gustos. Lo que me pasó con el realismo mágico fue que me pareció escapista, me entretuvo y era loco aunque no me sentía reflejado. A los 20 años lo pasé muy bien leyendo “Cien años de soledad” pero nunca sentí que era mi realidad, y luego apareció Isabel Allende, que hablaba de Chile, un país que conocía, y sentí que algo no funcionaba. Cuando empecé a escribir, sobre todo en Estados Unidos me dijeron que no escribía como un latinoamericano y eso me molestó bastante. Dije basta, no tienen que exigirme cómo debo escribir y reducirme a un estereotipo. Hay un hombre colombiano, Andrés Caicedo, que era un rockero de Cali que se suicidó a los 25 años. A él le gustaba la salsa, el cine, llevaba el pelo largo, era bisexual y tenía muchos problemas mentales. Escribió un libro y cuando lo leí sentí que ese tipo de literatura tenía más que ver conmigo que la de García Márquez.
-Vivió en Estados Unidos y cuando cumplió 11 años volvió a Chile con sus padres. Por entonces Pinochet ya tenía el poder, ¿qué sintió durante su adolescencia?
-Al principio fui un chico como cualquiera y como mucha gente que se crió bajo Franco no me daba cuenta de lo que sucedía, la vida seguía, hacía amigos, iba al colegio y al cine, jugaba al fútbol... pero poco a poco uno ve que no existe la libertad y que en las calles hay demasiados soldados. En la universidad supe que estaba en contra de Pinochet aunque no tanto como para exponer mi vida y convertirme en un guerrillero.
-El otro día leía una columna en un periódico sobre Salvador Allende. Hablaba de que deseaba imponer un régimen castrista en Chile. ¿Es necesario seguir debatiendo sobre ello?
-Claramente quería cambiar Chile y hacer la revolución, y es probable de que hubiese acercado al país a un modelo cubano, más que castrista. Con todo lo que pasó con Pinochet y la sangre que corrió, es lógico que Chile se transformara y que Allende quedase como un héroe y un mártir porque la historia es demasiado buena. A estas alturas, tratar de destrozar a Allende no corresponde. Él había perdido antes otras elecciones, tenía muchos enemigos internos, tenía todo en su contra y no lo llegan a asesinar, sino que se suicida. Todo eso lo convierte en una figura pop. Es un personaje literario de la mitología chilena tan fuerte como Neruda.