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Hugo Pratt no se queda Corto

Aparece, en forma de conversación, la autobiografía del dibujante, un apasionante recorrido vital lleno de guerras, aventuras, lecturas, mujeres y viajes. «EL príncipe negro». Iris Murdoch. Editorial debolsillo. 562 páginas. 9,95 euros
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El mundo de Hugo Pratt proviene de los mitos, las leyendas y las historias de todas las geografías que escuchó/leyó en su adolescencia atípica, ensoñadora y brutal. Un lugar temporal donde los libros, la guerra y el esoterismo de su abuela prendieron muy pronto la mecha de su imaginación y proporcionaron las coordenadas de un temperamento inclinado a la bohemia del conocimiento y los viajes, a los que él llamó peregrinaciones laicas porque, detrás de cada uno de los pasos y de los recodos que exploraba, aguardaba la sombra de una búsqueda, la persecución de una idolatría personal, que es la única masonería que él, sin más credo religioso que la amistad, practicaba.
Apátrida veneciano, mujeriego y vividor incansable, nació de una madre judía en el seno de una familia fascista, conoció la África de Haile Selassie, la Patagonia de Butch Cassidy y Sundance Kid, la Irlanda neblinosa que cantó Yeats, el pacífico tribal y la misteriosa Isla de Pascua, y el Canadá que le puso en la senda del Paso del Noroeste. Su última pasión fue Santorini, en Grecia, tierra emparentada con la Atlántida y con uno de los álbumes más conocidos, y el último, de Corto Maltés: «Mu».

Las «Etiópicas»

Pero la verdadera vida de Hugo Pratt emergió de su experiencia en aquella Etiopía invadida por los italianos. Una tierra a la que se trasladó con su padre, oficial militar. La atracción de las mujeres negras, los combates, el espionaje y contraespionaje, el calor y las moscas de imposible verde metálico le pusieron en comunión con la vida real, pero con la distancia que da la posiblidad de la muerte y una edad corta, 13 años, abierta aún al deslumbramiento. «El olor corporal era penetrante, era difícil de lavarse, sólo disponíamos de un poco de jabón de glicerina y polvos de talco. Vivíamos en total promiscuidad; a los chicos y a las mujeres sólo nos separaba una especie de tapia hecha con tela de saco con bastantes agujeros», afirma en un comentario que concluye con una paradoja: «En cuanto a las chicas italianas, con la guerra, no se planteaban el tema de la virginidad; en una situación en que la muerte acecha, que-ríamos a vivir a tope. Casi no habíamos empezado a vivir, la guerra ya nos planteaba la posibilidad de morir. Así que, paradójicamente, la guerra era una invitación a la vida». Salió de allí a los 16 con un historial amoroso que muchos adultos envidiarían.
El amor, en todas y sus diversas posibilidades, el encuentro ocasional y casual, el romance breve, pero intenso, la esposa con la que contrae matrimonio de conveniencia, y también la otra, de la que se enamora, además de las amantes escondidas, o no, fueron lujos que jamás faltaron en la biografía de Pratt. Leyéndole parece que tuvo tantas relaciones como libros su biblioteca (que rondaba los 35.000 ejemplares). Que se conozcan hasta ahora, y reconocidos, tuvo seis hijos (uno de ellos con una indígena de una tribu de Brasil, que conoció en el interior del Amazonas). Pero hasta el propio dibujante admite que pudo tener más.

Amistades extrañas

En su juventud aprendió una frase de Walt Withman: «Go west, young man», que es una especie de «aprovecha la vida» en adaptación norteamericana. Y así vivió Hugo Pratt. No se entregó a una sola ideología, pero las frecuentó todas. Vistió más uniformes de los que existen en el mundo y adornó las pecheras con medallas y méritos que nunca existieron. Estuvo en el ejército italiano y en la resistencia contra los nazis y regresó a Italia con galones neozelandeses. Si le sucedía un percance, un arresto inconveniente, no le ocurría nada, porque tenía amigos en todas las líneas, en las del comunismo y en las del fascismo. Se movió a su antojo y sólo respetó a los amigos, casi todos ellos extravagantes, marginales y divertidos. Fue amigo de Dizzy Gillespie y conoció a Eischmann, el organizador del genocidio, en Argentina. «Trabajaba en una sociedad fiduciaria. Usaba nombre falso, Ricardo Klement. Sobre todo simpaticé con sus hijos». Lo interesante es que también era amigo de los componentes del grupo Sinagoga, la red judía que secuestró al nazi y lo entregó en Israel. En sus memorias explica así su cosmopolitismo y falta de adherencia a la fe política: «En aquellos tiempos era de buen ver estar definido ideológicamente con claridad; pero para mí, las chicas estaban por encima de la política: yo sólo quería ser mercenario de mis placeres; sólo me guiaban los lazos de amistad y la búsqueda del disfrute».

Su criatura

A pesar de tanta pasión vocacional por las mujeres, si existe un nombre vinculado a Hugo Pratt es el de un hombre: Corto Maltés. Se inspiró, en parte, en un tío suyo, Ruggero, el único que se oponía al fascismo de toda su familia. El personaje, un aventurero clásico, frío y emocional, le reportó una fama que mantiene vivo el recuerdo de su creador. «Yo soy como Corto Maltés, que haciéndose un tajo en la palma de la mano con una navaja creó la línea de la fortuna que le faltaba», asegura de él. Apareció por primera vez en 1967 y todavía sigue vivo en los lectores, hasta se pueden encontrar influencias y parentescos. «En argot español, "Corto"significa "de mano ágil, ladrón", lo que incluye "ladrón de corazones", y "Maltés"lo sitúa bien en el marco del Mediterráneo». De él explica: «La anilla que lleva en la oreja izquierda significa que pertenece a la marina mercante; en la marina de guerra se llevaba en la derecha». Y cuando aborda su personalidad, afirma: «Tiene la profesión más romántica que existe, y sus referencias culturales van también por ahí, aunque no siempre sean románticas en sentido estricto. No es un héroe tal como lo concebiría un romántico. Por ejemplo, es muy pudoroso con sus sentimientos. El héroe romántico los expresa, mientras Corto, se mantiene circunspecto. Su sensiblidad es romántica, pero no su comportamiento, que es más pragmático que apasionado». De este Ulises moderno, asegura: «El mundo actual, regido por la tecnología y las cuestiones económicas ligadas a la rentabilidad y al lucro, no le interesaría mucho a Corto Maltés. Él vive en un mundo donde nada está programado, en el que hay que tomar decisiones a cada momento. En este sentido, quizá la Guerra Civil española, en la que tomó parte, podría verse como una aventura romántica: en un momento dado, uno podía cambiar de bando, había cierta libertad de elección».

El germen de la curiosidad

Hugo Pratt falleció en 1995. Dejaba una vida y un personaje inolvidables. Antes de morir, cuando se le preguntó qué guió su vida, respondió: «La curiosidad intelectual. Tengo curiosidad por todo, hasta por qué pasará mañana. Mi vida está llena de sorpresas y sofisticaciones. Mis investigaciones en diversos terrenos me abrieron al mundo y a mí mismo». Como se cuenta al final de este libro, «Valéry eligió estos versos de Píndaro: "Oh alma mía, no aspires a la vida inmortal, pero agota el campo de lo posible!". Así fue como vivió Hugo Pratt». Así vive Corto Maltés.
El detalle
LOS HÉROES PROFESIONALES
Corto Maltés apareció en su primera viñeta atado en una cruz en alta mar. Un barco le rescata. Hugo Pratt explica en sus memorias la razón. «Es una alusión a una secuencia de "La venganza del bergantín", una película de piratas de Edward Ludwig. La situación de Corto en esa balsa no es inverosímil: ese tipo de crucifixión se practicaba como castigo en algunos pueblos del Pacífico, especialmente en casos de violación. Con esto no quiero decir que Corto hubiera violado a una indígena... Él tiene sus secretos, y usted ya sabe hasta qué punto respeto la vida privada». Así nace un personaje descreído y cínico que llega a decir: «Los héroes profesionales me dejan completamente frío».

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