Israel pone riendas al frenesí de los libros en oferta para evitar monopolios
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Una reciente ley israelí busca rescatar la literatura del frenesí de los mostradores, al poner fin a las grandes promociones de novedades editoriales y prohibir las comisiones a dependientes por vender determinados títulos.
La denominada Ley para la Protección de la Literatura y los Autores en Israel salda un debate entre intervencionismo y libre mercado en el ámbito cultural que enfrenta globalmente a escritores, editoriales, pequeñas librerías y grandes superficies, en un momento de pleno empuje del libro electrónico.
"A veces no hay elección y el Gobierno debe intervenir para salvar la cultura israelí", dijo la ministra de Cultura, Limor Livnat, durante la aprobación parlamentaria del texto el pasado día 31.
La iniciativa prohíbe bajar el precio de venta de las obras en sus primeros 18 meses de vida, salvo un 10 % en ocasiones especiales.
Se trata de poner freno a la dictadura de las ofertas por los suelos en la que llevaban años inmersos los dos auténticos "reyes"del mercado: las cadenas Steimatzky y Tsomet Sfarim.
Ambas totalizan el 80 % de las ventas, sostenidas por frecuentes promociones de cuatro libros de bolsillo por cien shekels (unos 20 euros o 27 dólares) que suelen verse expuestos en mostradores en las aceras o calles peatonales.
Esta dinámica ha acercado la literatura a muchos bolsillos en un país que tiene índices de lectura relativamente altos, pero también importantes desigualdades socioeconómicas y el mayor porcentaje de pobreza (21 %) de la OCDE.
En Israel se editaron el año pasado 7.487 títulos, la inmensa mayoría (6.527) en hebreo, seguido de 472 en inglés y apenas 220 en ruso y 181 en árabe, lenguas maternas de más de un tercio de la población del país, según datos de la Biblioteca Nacional de Israel.
Son cifras importantes para un país de apenas ocho millones de habitantes, en parte porque las ofertas disipan las dudas que genera el precio original de venta, que ronda los 90 shekels (18 euros o 25 dólares).
"Uno de los efectos de la batalla de las cadenas es la democratización del mercado. Aquí los libros no son un producto de lujo y cualquiera puede permitírselos, lo que significa que en los últimos años ha ido creciendo el círculo de lectores", argumenta Ziv Lewis, responsable de adquisiciones en la editorial Kinneret Zmora Bitan Dvir.
La otra cara de la moneda era la progresiva desaparición de pequeñas librerías y editoriales independientes, víctimas del fuego cruzado en esta guerra de precios.
"Apenas hay una docena de librerías independientes. Hace diez años había más de 200. Todas han tenido que cerrar por las cadenas", recuerda el escritor israelí Alex Epstein en una entrevista publicada por la editorial Melville House.
La ley también busca acabar con la desigualdad en los beneficios. Independientemente del precio al que se comercialice el libro, las cadenas dan al autor uno o dos shekels (entre 20 y 40 céntimos de euro o 27 y 54 centavos) y, al constreñir tanto los márgenes, el beneficio para las editoriales se acaba quedando en unos cuatro shekels (80 céntimos de euro o poco más de un dólar).
Steimatzky y Tsomet Sfarim venden mientras como rosquillas determinados ejemplares que, a su precio original, se quedarían acumulando polvo en los estantes.
Con la nueva ley, los escritores se llevarán durante el primer año y medio un 8 % de derechos de autor de las primeras 6.000 copias y un 10 % de las siguientes.
También se prohíbe remunerar extra a los dependientes por vender determinados libros, una práctica que originaba más que dudosas recomendaciones por parte de quienes necesitaban las comisiones para redondear sus ajustados sueldos.
Casualmente, las obras llevaban siempre el sello de editoriales con relaciones preferenciales o que pertenecían al mismo grupo empresarial que la cadena.
Mijal Grofit, que trabajó en ambas cadenas hace tres años, recuerda los incentivos para dar salida masiva a novelas señaladas.
"En Tsomet Sfarim todas las ofertas eran de la editorial de la cadena. Había además el 'libro del mes', del que ganábamos cinco shekels por ejemplar vendido, lo que se nota cuando uno cobra 22 shekels (4,2 euros o 6,1 dólares) por hora. No solían ser buenos, pero los recomendábamos", relata a Efe.
En Steimatzky había una "presión brutal"por mantener el pulso con la competencia y se emitía una lista mensual con tres libros, que invariablemente eran de las editoriales que privilegiaba la cadena.
"Aparte de la respetable comisión, la dirección nos dejó claro que nuestro puesto corría peligro si no vendíamos suficientes libros de la lista", señala.
En enero de 2014, cuando la ley entre en vigor para un periodo inicial de tres años, las tiendas ya no podrán discriminar entre editoriales en sus mostradores.