Jorge Edwards: al castrismo, ni agua
El escritor publica su segundo y afilado volumen biográfico, «Esclavos de la consigna».
El escritor publica su segundo y afilado volumen biográfico, «Esclavos de la consigna».
La memoria política y la memoria literaria son los ejes sobre los que se asienta este segundo volumen de la autobiografía de Jorge Edwards tras la publicación de «Los círculos morados», donde el escritor chileno (Premio Cervantes 1999) hace un repaso de su juventud y de su madurez como escritor y, también, como diplomático (dos facetas que con el paso de los años se han convertido prácticamente en una sola) y poniendo el acento en un tema central de su vida: la compleja y problemática relación que mantuvo con el Gobierno de Fidel Castro y con algunos intelectuales de su generación que apoyaban sin ambages el régimen comunista de la isla y que, como el título de estas memorias lo indica, no fueron más que unos esclavos de un montón de consignas.
Dos figuras, pues, se destacan sobre el resto: Pablo Neruda, con quien Edwards mantuvo una intensa amistad a pesar de las diferencias políticas que existían entre ambos y de las loas del poeta al stalinismo, y Julio Cortázar, de quien se distanció después de haber publicado en 1973 «Persona non grata», en el que el chileno trazaba una crítica sin pelos en la lengua de la realidad de Cuba y que hizo que, curiosamente, el volumen fuera prohibido por los gobiernos de Salvador Allende y de Fidel Castro. La frase dicha por Cortázar («Soy amigo de Jorge Edwards pero no quiero volver a verlo») en aquel entonces atraviesa todavía como un puñal la memoria prodigiosa del autor que nos ocupa.
En «Esclavos de la consigna», en cualquier caso, Edwards trasciende por momentos esa mirada netamente política y se detiene en otros instantes que han sido también importantes de su vida. Su educación en el colegio San Ignacio, por ejemplo, la formación que recibió de los jesuitas, su tránsito por la juventud y la Facultad de Derecho en la década del cincuenta y las noches trajinadas por Santiago en compañía de figuras como Luis Oyarzún, Stella Díaz Varín, Alejandro Jodorowsky y, entre muchos otros, los poetas Enrique Lihn y Jorge Teillier.
Fascinado por Río
También aparece, como un momento central, su encuentro con las culturas brasileña y portuguesa y la fascinación que le produjo la ciudad de Río de Janeiro en aquellos años, tan distinta del acartonamiento chileno de la época y que le permitió leer, de la mano de su amigo Rubem Braga, a notables escritores y poetas de Brasil y de Portugal como al gran Joaquim Machado de Assis.
De todos modos, lo más interesante de estas memorias son las anécdotas y el carácter de testigo presencial que adquiere Edwards en algunos hechos que, vistos con la distancia del tiempo, han significado hitos de la historia de la literatura latinoamericana y de su sonado «boom», como la vez en que conoció a Carlos Fuentes en casa de Pablo Neruda, o el día en que un editor de Buenos Aires le habló de un tal Gabriel García Márquez, o la noche en que se hizo amigo de Julio Cortázar, muchos años antes de que llegase a Cuba y se agotara de tantas y tantas consignas.