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Juan Pablo Villalobos: «Hay mucho riesgo en el humor, hay que ser sutil»

Juan Pablo Villalobos / Escritor. Después de una hilarante trilogía de novelas sobre su México natal acaba de ganar el Premio Herralde con «No voy a pedir a nadie que me crea», historia barcelonesa sobre el loco cruce entre culturas y corrupciones.
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Después de una hilarante trilogía de novelas sobre su México natal acaba de ganar el Premio Herralde con «No voy a pedir a nadie que me crea», historia barcelonesa sobre el loco cruce entre culturas y corrupciones.
El humor tiene sus límites. Los humoristas son precisamente aquellos que los rompen. El humor, por tanto, es el «crack», algo que se rompe. A veces, claro, alguien se puede ofender y enfadar, lo que es una pena, porque reírse es más terapéutico. Juan Pablo Villalobos no es humorista, es escritor, y de los buenos, de los que rompen los límites, lo que le hace el autor más divertido del momento. Su última novela, «No voy a pedir a nadie que me crea», acaba de recibir el Premio Herralde y promete hacernos pensar, hacernos reír y hacernos emocionar con eso que hace «crack». Esperemos que nadie se enfade.
–¿Cómo se inicia una carrera literaria?
–La verdad es que en mi caso fue una de esas cosas que nadie espera. Yo no tenía agente, así que envié a Anagrama mi primera novela, «Fiesta en la madriguera», hace ya siete años. Por sorpresa, poco después me llamaba Jorge Herralde y me decía que la había leído y quería publicarla.
–No solo eso, sino que Herralde dice que pocas veces un editor se encuentra con una novela de un autor novel, desconocido, tan buena que uno se ve impelido casi a la fuerza a publicarla. Usted es esa excepción.
–Me marché de México sin publicar. Llegué a Barcelona en diciembre de 2003 para realizar un doctorado en la Universidad Autónoma con una beca de la Unión Europea, con la idea de que era bueno alejarme de México para poder escribir sobre mi país con mayor perspectiva y sin el peso de la vida cotidiana cargado en tu espalda. Y eso hice, escribir. Aquí conocí a mi mujer, aquí nacieron mis hijos, y aquí publicaron mis libros.
–Y aquí acaba de ganar el Premio Herralde de Novela, dotado con 18.000 euros, y al que se presentaron nada menos que 512 novelas.
–Después de mis tres primeras obras, que podríamos englobar en una trilogía mexicana, me pasó lo inverso que a Pere Calders, que dijo que había visto más indios de la montaña que pescadores del Mediterráneo. Esta idea me hizo entrar en una pequeña crisis, porque ya no me veía legitimado a seguir hablando de México después de tanto tiempo fuera, sin temer caer en la simplificación y el folclore. Estuve meses sin escribir, hasta que encontré el modo de continuar en la novela híbrida. Haría una historia mexicana sobre Barcelona y al mismo tiempo una novela barcelonesa sobre México.
–¿Eso es «No voy a pedir a nadie que me crea»?
–Sí, es una novela híbrida en muchos aspectos, sustentada por el humor, como las anteriores. Híbrida de tradiciones, mezclando a Pere Calders con Sergio Pitol, a Eduardo Mendoza con Augusto Monterroso. Híbrida en lo lingüístico, mezclando el castellano de México con el de Cataluña y con el que hablan los inmigrantes, chinos, ecuatorianos, paraguayos, paquistaníes. E híbrida en el género, que mezcla la novela negra con la comedia de enredos y la autoficción.
–El protagonista es Juan Pablo Villalobos, es decir, usted.
–Ricardo Piglia lo dice mejor que yo. Usar el nombre propio en la ficción es invertir el mecanismo del pseudónimo, que es precisamente lo que yo he intentado hacer. El protagonista, como yo, es un mexicano que aterriza en Barcelona en 2004 para hacer un doctorado en la universidad y sin saber cómo acaba metido en una trama detectivesca que no quiere resolver, sino intentar comprender qué hace él metido en ella. Que conste que lo que ocurre es ficción, es tan absurdo e hiperbólico que sería imposible que fuese verdad.
–¿Cómo es esa Barcelona que vivió usted en 2004 y que ahora lleva al papel?
–No me interesaba hablar de lo maravillosa que es la Pedrera, ni de lo pintorescas que son Las Ramblas. Supongo que he descrito a la Barcelona más canalla, sobre todo del estupor e incomprensión que desprende para el recién llegado. Es una Barcelona llena de personajes singulares, obligados a convivir, desde mafiosos mexicanos a okupas, feministas radicales, políticos nacionalistas, chinos, paquistaníes. En el fondo es una novela muy coral.
–¿Habla del choque entre el inmigrante y el vecino de toda la vida?
–Hay un tema que me interesa mucho, y que pienso explorar en mis próximos libros. Es la idea del inmigrante que cruza el Mediterráneo en patera, o coge un vuelo en Bolivia o Ecuador y aterriza en Barajas rezando por que no les hagan muchas preguntas, y de repente vive en el mismo edificio de vecinos que no se han movido nunca del barrio y que para ellos ya es un drama tener que trasladarse del barrio de Gràcia a Horta. El contraste es muy literario.
–¿También hay políticos catalanes? ¿Se ríe de ellos?
–Sí, hay un político nacionalista cuya hija es la novia del protagonista y que tiene algo que ver con la trama de los mafiosos mexicanos.
–¿Hay límites en el humor?
–En teoría, no los hay. El humor es un ejercicio que el autor propone al lector, que requiere de mucha sutileza. Hay mucho riesgo. En realidad, todo depende de quién cuente el chiste.

El lector

«Me da mucha vergüenza, pero hace tiempo que sólo leo prensa en digital», comenta Villalobos, que utiliza Twitter como ventana para conocer las noticias en las que quiere profundizar. Allí está atento a diarios anglosajones, mexicanos, brasileños y de aquí. Sobre todo le interesan la política y la cultura.