Julián Marías, la soledad del filósofo español
La imagen tan gráfica de los Evangelios de la «vox clamantis in deserto» bien se podría aplicar a la Filosofía española y a los singulares miembros de su grey: una voz casi siempre aislada que pretende comunicar su explicación de nuestro ser y nuestro devenir sobre parámetros históricos de racionalidad que permitan entender el proyecto colectivo de la sociedad y la cultura española. Pero en general, huelga decirlo, no hay nadie ahí para escuchar. Así sucede con Julián Marías, una voz de excepción que resuena con fuerza aun en el erial de nuestros días, un auténtico intelectual, un pensador que ofreció a sus compatriotas lo mejor de lo que era capaz: la razón. En la época en que surge su figura en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Madrid España estaba a punto de sufrir la inenarrable convulsión de la guerra, que vació las aulas de los mejores maestros de una generación inolvidable. Unos fueron desapareciendo, otros marcharon al exilio y entre los intelectuales que quedaron destacaba él como ningún otro, el discípulo más preclaro de Ortega y Gasset.
Puede decirse que Julián Marías encarna como pocas otras figuras la grandeza y miseria de la intelectualidad española. El que es sin lugar a dudas el pensador español más importante de la segunda mitad del siglo XX fue cruelmente ninguneado por la Universidad y la sociedad de su tiempo. No le dejaron doctorarse sino tardíamente, a causa de las consabidas envidias y denuncias. Avergüenza mencionar que, pese a sus casi cien excelentes libros –ensayos que abarcan desde la Historia de la filosofía a las causas de la Guerra Civil española–, nunca obtuvo el reconocimiento de una cátedra y solo se le dio una honorífica (y en la UNED) que llevaba el nombre de su maestro Ortega y Gasset. Poco tiempo la disfrutó y, desde luego, no pudo hacer realidad su pasión por la docencia. Su magisterio, sin duda, lo ejerció a través de sus libros. Lástima que no se le lea más.
La cuestión de las nacionalidades
Tampoco se escuchó su voz política. El filósofo que logró hacer inteligible el «problema español» fue nombrado senador constituyente, pero no le hicieron caso precisamente allí donde se iba a perpetuar ese problema: en la cuestión de las «nacionalidades», hoy tristemente de actualidad, donde rechazó el tratamiento que hacía la constitución de este tema, con todo el bagaje histórico que muestra en este libro, y con razón.
España inteligible es el libro imprescindible para dejar de considerar el «problema de España» como tal. Se ha tenido durante mucho tiempo a este país por una anomalía, una irregularidad en la historia, sin darse cuenta de que España admite una narración razonada y que, es más, frente a otros países (y como lo que es, la nación en sentido moderno más antigua de Europa y la Supernación, como la define Marías, trasatlántica), tiene un hilo lógico y argumental propio, un proyecto histórico definido desde antiguo que ha provocado oleadas de incomprensión, desde la leyenda negra a esta parte. Nacido acaso como respuesta a la España invertebrada de su maestro Ortega, este libro fue el inconfesado favorito de su autor.
Publicado en 1985, diez años después de la muerte de Franco, tuvo el mérito incontestable de explicar España a los españoles (y a muchos extranjeros). Con más de diez ediciones, fue un éxito que se reedita ahora en Alianza. Recoge la peripecia histórica de España (las Españas) desde Roma a la modernidad: mucho nos dice el subtítulo, por cierto, «Razón histórica de las Españas». Por ende, debe leerse con mucho cuidado en estos tiempos precisamente en los que se están imponiendo otros relatos falaces o interesados que no dan cuenta de un proyecto común antiguo y sujeto a la razón. Un libro imprescindible al que conviene prestar oídos de nuevo: que no siga llamando en el desierto intelectual de la vida política actual.