Crítica de libros

Justiciero zen

Justiciero zen
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Hace ya algunos años un entonces desconocido narrador, Pablo Tusset (Barcelona, 1965), publicaba una singular novela, «Lo mejor que le puede pasar a un cruasán» (2001), un relato alejado que ahondaba en la parodia esperpéntica con cierta intención de crítica social. Las andanzas de un desnortado joven en busca de su desaparecido hermano nos sumergían en una literatura de transgresora comicidad y atrabiliarias situaciones argumentales. Dentro de este característico estilo, «Sakamura y los turistas sin karma» recupera al octogenario y extravagante detective del título, el maestro zen que en alguna entrega anterior ya había demostrado sus desquiciadas dotes investigadoras. En esta ocasión deberá esclarecer el sorprendente caso de unos turistas japoneses que agreden a ancianos y niños en el entorno urbano de la Sagrada Familia. En un ambiente futurista, se desarrolla esta fábula utópica que, sin dejar de ser un divertimento, critica hábilmente la creciente deshumanización de la sociedad actual.

En lo que acabará siendo una enrevesada conspiración diabólica, no faltan aquí, bajo la clara incidencia del cómic de superhéroes, un taimado villano, sus entregados secuaces, intrigantes personajes absurdos y no pocas kafkianas peripecias. Bajo un enfoque humorístico, la novela se nutre de la cultura pop-rock, el cine negro y fantástico, el relato de aventuras, la ambientación psicodélica, el esnobismo postmoderno y la revisada ideología hippy. A medio camino entre Richard Brautigan y Eduardo Mendoza, esta escritura fresca y desinhibida denuncia la tecnificada incomunicación de nuestro tiempo, la soledad colectiva, el preponderante individualismo y la pujante insolidaridad. Es una historia en la que nada es lo que parece y que, divirtiéndonos, ofrece también lúcidas propuestas de reflexión social.