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King, como un tiro

larazon
  • La Razón es un diario español de información general y de tirada nacional fundado en 1998

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Suele suceder con las novelas menos conseguidas de Stephen King, que repercuten en su estilo literario. En ellas se evidencia cierta pobreza estilística y desaliño formal, sobre todo cuando repite un esquema trillado o trata un género que le supera, como es la novela de intriga criminal. Cuando más a gusto se siente, como en «22/11/63», el relato fantástico con «máquina del tiempo», su prosa fluye y los tópicos que en otro títulos menores se amontonan, aquí se diluyen y adquieren un tono elegante, con una sorprendente capacidad de intrigar, emocionar y fascinar. Ese es el caso de «Mr. Mercedes», una novela de suspense con un desarrollo trepidante en la que elabora su particular forma de asesino en serie siguiendo las pautas fijadas por Thomas Harris y su excepcional «El dragón rojo».

Miniserie televisiva

Que ahora vuelva sobre sus pasos para engarzar «Mr. Mercedes» con un trasunto deslavazado de «Misery», en la que una fan tortura a un escritor para que no elimine a su heroína, no tiene otra intención que perpetrar una trilogía policíaca utilizando el detective retirado Bill Hodges como nexo de unión con «Quien pierde paga» y su conclusión todavía inédita «The Suicide Prince».
Que «The Hodges Trilogy» se convierta en una miniserie televisiva no aumenta la relevancia de esta continuación de la excelente «Mr. Mercedes», sobre todo cuando abandona el género de terror y se adentra en la novela policiaca de misterio, que él mismo reconoce en una entrevista reciente para «Sunday Books Reviews» que no domina. Volver sobre los personajes de aquélla es una opción comercial comprensible en época de transición, pero retomar el personaje de Annie Wilkes, irrepetible protagonista de la citada «Misery», es un error. Aunque lo divida en dos personajes enfrentados, un fan enloquecido por un autor que ha escrito la «gran novela norteamericana» –una trilogía que funde a Harry Conejo, de John Updike, con Holden Caulfield, de J. D. Salinger–, y un joven identificado con este trasunto llamado Jimmy Gold. John Rothstein es ese autor mitificado y venerado por crítica y público, que ha enmudecido durante los últimos quince años, y cuyo protagonista, Jimmy Gold, un adolescente inadaptado y tan inmaduro como el Jim Stark de James Dean en «Rebelde sin causa», fascina por igual a dos jóvenes en distintas épocas.
La diferencia entre ambos fans de Gold es que su cara monstruosa, Morris Bellamy, es incapaz de distinguir entre ficción y realidad, mientras que el joven Pete Saubers toma conciencia del dislate mental que toda fanatización conlleva. La oposición tiene un claro referente en la literatura de terror, pero más allá de la lucha entre la bondad temeraria y el mal absoluto, Stephen King alude a Jim Hawkins, el protagonista de «La isla del tesoro», como hilo conductor de esta aventura, en la que se contraponen dos formas de entender el mundo, la familia y la solidaridad. Una conduce al crimen y la autodestrucción y la otra a la crítica literaria universitaria.
Esta sobreabundancia de referentes entra de lleno en la intertextualidad, que King busca deliberadamente en sus propios textos y en muchos otros aquí citados. Al recalcarlos de forma obvia, el normal encabalgamiento de un texto sobre otro, lo que Gérard Genett llama transtextualidad, desluce el chispeante flujo dialógico de las referencias literarias y aboca a un diálogo de besugos, similar al que han vulgarizado las artes visuales posmodernas en los museos, donde las obras «dialogan» entre sí. La referencia a «Misery» es buscada. El reencuentro con los personajes de «Mr. Mercedes», fruto del cálculo de escribir una trilogía a posteriori. Las alusiones veladas a Updike y Salinger, una deuda del novelista con los autores de la gran literatura, con la que mantiene una relación de amor-odio. El doble, el clásico «doppelgänger» que aparece cada vez que la novela de misterio se adentra en la mente del fanático asesino, revisión del William Wilson de Poe, y el cofre enterrado con un «tesoro literario» escondido y las peripecias de su búsqueda, un rendido homenaje a la novela de aventuras.

Relación de amor-odio

Es evidente que Stephen King disfruta creando malvados antológicos, variaciones del hombre del saco y el lobo feroz, al que alude al final de la novela. No es muy sutil, pero sí efectivo, pues Morris Bellamy es el verdadero protagonista de «Quien pierde gana». Un personaje feroz, guardián no del centeno sino de las esencias de Jimmy Gold, traicionado por su creador, al convertir a este adolescente inadaptado en un ser integrado en la clase media. Como siempre, al autor arranca la novela con brío. Se pierde en recurrencias innecesarias para el género de misterio, dilatando la acción con el relato de la vida americana del medio oeste, productor de maíz y predicadores, y mezcla estilos y géneros de forma innecesaria. El resultado es un relato-puzzle tan ingenuo y deslavazado que solamente cuando el psicópata actúa recobra su ser.
«El que pierde paga» es un megamix literario que trata de unificar la intriga policiaca con el misterio y la novela de aventuras con el cuento tradicional de terror. Le sucede a King que, al ser tan prolífico y creativo, algunas veces no debe saber en qué laberinto de sus novelas se ha perdido.