Novela

La buena onda de Umbral

La buena onda de Umbral
La buena onda de Umbrallarazon

A los siete años de la muerte de Francisco Umbral (1935-2007) se publica un singular libro, «Diario de un noctámbulo» –acertadísimo título–, que recoge sus colaboraciones radiofónicas para la emisora La Voz de León. Un joven veinteañero, transido de literatura, de un inusual aplomo opinante y con un sorprendente dominio de los recursos de la locución creativa, saltaba a las ondas con estos textos perfectamente característicos de lo que será su prosa lírica, metafórica y barroca. Luis Mateo Díez, autor del prólogo, evoca así esas audiciones: «Tengo un recuerdo, más o menos vagoroso, de la voz de Umbral en las ondas. Una emisora de finales de los años cincuenta y comienzo de los sesenta en una ciudad de provincias donde la precaria juventud tenía muy pocos alicientes y, sin embargo, notables intereses y curiosidades» (pág. 9). La modélica edición de Isabel Martínez Moreno antologiza y agrupa este material en tres partes: «Buenas noches (1958)», con el autor trasnochador e intimista, explayándose en una miscelánea de temas y personajes comentados en noctámbula complicidad con el oyente; «El piano del pobre (1959)» (en alusión al pintoresco organillero del mejor casticismo), que incluye críticas de cine, música y teatro; y «El tiempo y su estribillo (1960-1961)», colección, sobre todo, de variadas semblanzas que retratan a Camus, Gregorio Marañón, Delibes, Gerardo Diego o Victoria de los Ángeles, entre otros protagonistas del momento. El escritor que confirma aquí su vocación literaria encuentra en la escritura radiofónica un ideal medio de difusión de su gestante imaginario narrativo. Su lirismo metafórico, grave y pausado, de prosa estetizante campa a su aire: «Buenas noches, noctámbulo, amigo de la luna bohemia y el gato luciferino, interlocutor de serenos locuaces y farolas pensativas, buenas noches» (pág. 27).

Todas las obsesiones

Sus más características obsesiones están en estas páginas: el tedio de los domingos, la desesperación de los suicidas, la inextinguible sed de los bebedores, el decadente romanticismo, el misterio de las mujeres, el modernismo juanramoniano o el universo quevedesco. Es destacable el dominio de la adjetivación, la perspicaz mirada sobre el costumbrismo de la vida cotidiana, su descripción de la vida cultural en provincias y la decisión con la que forja su tono sentencioso y categorizador. Pero acaso lo más interesante de este libro sea el retrato íntimo del propio autor, dueño ya de su perfil sensible, desdeñoso, contundente, lírico y arrebatador. Un excelente rescate.