La condena, el placer de leer
Un escritor, decía Carson McCullers, es aquel al que le resulta muy difícil escribir. De eso, la americana, que debió vencer varios obstáculos, como una enfermedad que la condenó a andar en silla de ruedas y le paralizó gran parte del cuerpo, sabía bastante: escribir, para ella, como para cualquier autor, resultaba una tarea algo difícil de hacer, pero supo atravesar esa dificultad gracias a la voluntad y a un deseo perenne de escribir. Del deseo de escribir, pero también del de leer, es de lo que se ocupa en estos ensayos el mexicano Juan Villoro, donde aborda la obra y la escritura de aquellos escritores para quienes escribir, como proclamaba Onetti, era un vicio, una condena, una pasión o, como afirma Rodrigo Fresán, una adicción (cuando no la adicción misma). Escritores, al fin y al cabo, que gracias a la escritura y a la lectura son capaces de llevarnos, tal como señala Enrique Vila-Matas en «Doctor Pasavento», a otra realidad, a «un mundo con un lenguaje distinto». Partiendo de la literatura infantil y de la premisa de los hermanos Grimm («Entonces, cuando desear todavía era útil»), en el nuevo libro de ensayos (el tercero de Villoro en este género si se suman los dos anteriores: «Efectos personales» y «De eso se trata»), el autor de «El testigo» analiza la lectura y la escritura con un estilo entusiasta, repleto de anécdotas curiosas, de datos precisos y desde dos perspectivas complementarias: una, sobre la lectura, entendida como una forma de la felicidad, y otra, sobre la escritura, pensada como un vicio, una condena, pero, también, como un placer.
Así, a través de la lectura de la obra de Daniel Defoe, del examen minucioso de la vida y la culpa que acompañó a Gógol, del análisis de las cartas de Manuel Puig, de Cortázar y de Onetti, Villoro ofrece un paseo festivo por los pasillos de la literatura y demuestra que, aunque escribir para muchos pueda ser un camino lleno de obstáculos, leer seguirá siendo siempre un placer.