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La ética del absurdo

La Razón

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«Aujourd'hui, maman est morte». El «incipit» más breve y perturbador de la novela del siglo XX avala la enorme figura de Albert Camus, que cobra estos días nueva actualidad –si alguna vez la perdió– en un libro de fotos y recuerdos a cargo de su hija Catherine. Camus ocupa un lugar de excepción en la literatura universal por una obra compacta y memorable. Aunque sea un lugar común, no se puede comprender su estilo literario sin aludir a la procedencia argelina, a la cuestión del trasplante de aquella cultura a la Francia continental, a la desaparición del mundo colonial. Un trasfondo clave, su origen «pied-noir», que comparte con otras grandes figuras de la cultura francesa de postguerra, como Althusser, Derrida o Jean Daniel. En su escritura palpita una pureza descriptiva procedente de una infancia marcada por el sol mediterráneo, su madre isleña y sus periódicas convalecencias por una tuberculosis que le acompañaría toda su corta vida. Cuando en 1941 Gallimard acepta para su publicación el manuscrito de «El extranjero» su ascensión a la fama se precipita. Tres años después obtiene el Nobel por haber fundado la novela filosófica moderna y por retratar magistralmente la conciencia perdida del hombre actual. Quizá su obra, su militancia ante escenarios de violencia e injusticia y su temprana muerte nos obliguen a mitificar a Camus y convertirle es la piedra angular de aquella época. Junto a su amigo/enemigo Sartre, es parte de la generación más perdurable de la literatura y la filosofía europea del pasado siglo. Su estética y ética del absurdo humano sigue hoy más vigente que nunca, aunque paradójicamente se le lea cada vez menos, como si «El extranjero», «La peste» o «La caída» pudieran perder valor alguna vez. Su protagonista eterno –siempre la voz de Meursault en la cabeza– es una mezcla emblemática, como dijera el propio Sartre, entre un personaje de Kafka y otro de Hemingway. Ningún otro representa con tan quirúrgica precisión la conciencia europea de postguerra: el crimen, las madres muertas, y el eterno castigo de la existencia; o también el eterno inconveniente, como diría Cioran (y también, mucho antes, Sófocles), de haber nacido, y la característica indiferencia ante el sentido de las cosas. El absurdo y la náusea existencial siguen dando las mejores páginas en la literatura, desde Peter Handke a esta parte. La desaparición de Camus a los cuarenta y siete años, que se recuerda estos días, lo consagró en un olimpo de aquellos mitos literarios inolvidables que conservan plena vigencia hoy.