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La justicia del Bronx

Richard Price dibuja el dilema moral de un policía en «Los impunes»
larazon

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Richard Price, nacido en pleno Bronx en 1949, sabe de lo que habla. De esa lucha entre policías y asesinos donde a veces podrían intercambiarse los cuerpos, y de hecho, donde a veces se intercambiaban en calles sucias y con edificios de bombillas rotas. Cuando nos habla del protagonista de su última novela, «Los impunes», Billy, le vemos y le sentimos con la precisión de uno de los personajes de Chandler, tan desolado y al borde de la perdición como ellos. Describe Price: «Solo tenía cuarenta y dos años, pero en una ocasión aquella mirada de celofán arrugado, combinada con la postura de un insomne de campeonato, le habían permitido entrar al cine con descuento de jubilado».
Billy, que ha llegado a ser el jefe de la denominada Guardia Nocturna en una comisaría de Manhattan, se pasa las noches controlando lo mismo a sus inspectores, beodos y ausentes, que a robos, asesinatos y accidentes en un mundo nocturno que es como el azogue venenoso en el espejo del brillo de los días en Nueva York. Billy sobrevive a las noches, a su mala comida y a su agotamiento interior, esperando ir pronto a su casa con sus hijos y su mujer, Carmen, una enfermera, de oscuro pasado. Y donde también vive su padre, un antiguo policía con demencia senil. Todo parece mantenerse, aunque no más seguro que los insectos que cuelgan de un papel matamoscas.
En su cabeza, muchas veces, el recuerdo de todos aquellos asesinos que no pudo capturar o que no pudo encontrar pruebas contra ellos, son como casas que tiene muy cerca, pero cuyas puertas nunca puede cerrar del todo. También en su recuerdo constante aquel grupo de policías cuando eran jóvenes, los Gansos Salvajes, que parecía que iban a limpiar las calles, formando una piña entre ellos, como una gran familia que trazaba una línea entre malos y buenos.
Pero en ese mundo que se deshace entre los dedos, pero donde aun parece haber una superficie sucia pero calma, de repente uno de aquellos criminales que nunca cazaron, uno de los impunes, es asesinado en una estación de la ciudad. Un gran reguero de sangre que acaba descubriendo a Billy que algunos de sus antiguos compañeros han decidió tomarse la justicia por su mano, y eso le pone a él en el centro de una diana moral: ¿les hará entregarse o mirará para otro lado? Como aquella gran interrogación de Camus sobre Francia y su madre, Billy se hace la pregunta de qué elegirá: ¿la justicia o sus amigos?