Literatura

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Las comparaciones son odiosas

Las comparaciones son odiosas
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«Las comparaciones son odiosas» se dice, sobre todo, cuando salimos claramente desfavorecidos en cualquier valoración comparativa. Pero en el estudio de la literatura la metodología que encara autores, obras y estilos resulta extremadamente eficaz para establecer criterios cualitativos y entender mejor unos textos que fluyen así entre siglos y mentalidades con extraordinaria vitalidad. Tres destacados especialistas en la materia, los profesores universitarios César Domínguez, Haun Saussy y Darío Villanueva, director además de la Real Academia Española, han abordado una rigurosa y a la vez amena puesta al día de los estudios comparativos en un volumen de sorprendente aunque intencionado título: «Lo que Borges enseñó a Cervantes. Introducción a la literatura comparada». Fruto del concepto romántico que encumbra el transcurso social de unos acontecimientos públicos y su linealidad consecutiva, ha prevalecido durante años la historia literaria por encima de la teoría de la literatura, la crítica literaria, la propia literatura comparada u otras disciplinas.

El reconocido magisterio de Claudio Guillén impulsó definitivamente esta metodología por la que leemos a los autores a través de otros posteriores, en una singular cronología invertida de insospechadas y hasta divertidas posibilidades. Con la pérdida de un chauvinista sentido nacional de la literatura, superando el pertinaz eurocentrismo cultural y deshaciéndose de tiránicos cánones estéticos, puede accederse a una mirada equitativa entre obras de muy diferentes épocas y países. Queda perfectamente fijado el sentido de esta metodología nacida en Francia a principios del siglo XIX, en un intento positivista por racionalizar las Humanidades: «Una comparación literaria consiste en leer una obra a través de otras obras, y leer esas otras obras a través de la obra en cuestión».

Contra las influencias

Bajo este criterio se desgranan los principales referentes de la temática: se cuestiona la noción de «influencia», sustituyéndola por «reescritura», pensando en aquel Pierre Menard borgeano que crea de nuevo y a su modo por primera vez el mismísimo Quijote; la traducción literaria no es sólo una traslación de significados, sino que comporta una nueva contextualización artística; el método comparativo afecta a los géneros literarios, por lo que hablamos de «prosa poética» o «poesía heróico-narrativa»; la Escuela y la Biblioteca tienen gran importancia porque son iniciales órganos de catalogación cualitativa; sin olvidar que modernamente se ha abierto la óptica comparativa hacia formas cinematográficas, videojuegos o series televisivas.

Capítulo aparte merece el universo hispanoamericano, vinculado aquí al concepto de «descolonidad» y centrado en las peculiaridades de la emancipación de las diversas naciones iberoamericanas, lo que explicaría el carácter más autóctono de la literatura colombiana, por ejemplo, frente al admitido europeísmo de las letras argentinas. Y destaca el término «precinema», en alusión a los pertrechos previos –pinturas, el propio cine...– con que llegamos a las páginas de un libro. El aquí reseñado es un modelo de rigor académico y amenidad.