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Las diabólicas de Manson

larazon

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El peligro de un éxito rotundo puede ser tan desconcertante como absurdo. La hipérbole caprichosa se ha posado en Emma Cline (nacida en 1989 en la californiana Sonoma). Nos referimos a ese éxito de la mercadotecnia editorial y de la crítica literaria que tiene a bien descubrir la penúltima gran promesa bisoña. De modo que un notable debut narrativo, un texto meritorio sin duda, una ambiciosa novela bien desarrollada obtiene un beneplácito estúpidamente desproporcionado. Con «Las chicas» (traducción de Inga Pellisa), Cline ha recibido elogios de colegas prestigiosos, como Richard Ford y Jennifer Egan, y un interés de un montón de editoriales internacionales. Mucho ruido para no pocas nueces, sin embargo, pues la historia sale de una mano indudablemente madura que sabe ahondar en las inseguridades y anhelos de su protagonista, la adolescente Evie, y el clima seductor que despierta el hallazgo de una comuna.
De este modo, la autora se inspira en el clan del asesino Charles Mason (aún hoy encarcelado) para contar cómo Evie queda fascinada por Suzanne, una de «las chicas» del líder del grupo, que era músico (como Mason) Russell. El arranque es atractivo por sus elementos evocadores al recordar cómo con catorce años la protagonista, en 1969, descubrió ese ambiente extravagante, de drogas y sexualidad latente. Todo avanza entonces hasta la madurez de la protagonista para recrear la libertad de la California de aquel tiempo jipi, los tratos de unas muchachas que podrían recordar en algún momento dado las rarezas de «Las vírgenes suicidas» (1993), de Jeffrey Eugenides y, sobre todo, algo tan manido como eterno: la pubertad abriéndose a la edad adulta en una familia de padres separados. El resultado es destacable, pero ojalá el éxito desmedido de esta novela no estropee, con inyecciones de inútil vanidad, la trayectoria de la talentosa escritora que la firma.