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Lejos del Edén

larazon

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Anton Invierno, el protagonista, recuerda en las primeras páginas de esta novela cuando entraba en la despensa de la abuela y observaba los frascos en que ella guardaba los fetos que había abortado: «Los ojos de los fetos eran negros, o les brillaban tras los párpados cerrados como si no estuvieran muertos, sino sólo soñando». Y así, con un lenguaje poético, pero a la vez cruel y preciso, donde plantas, objetos, sueños, esquinas que se disuelven en lo imaginado crean mundos paralelos a la realidad, la novelista austriaca Valerie Fritsch construye el universo onírico de este «Jardín de Invierno», premio Peter Rosegger 2015. Un mundo mágico que divide a la novela en dos equinoccios: en el primero vemos la vida de un grupo de personas en una comuna alejada de la ciudad, donde cada planta tiene su nombre y donde los arces esconden en su interior violines que su padre descubría tallando la madera. El lenguaje tiene aquí un carácter edénico, dando nombre a cada cosa existente, y precisará el narrador: «Había árnica y polipodio, menta piperita y hierba de San Juan que los niños desmenuzaban entre los dedos».
En el segundo equinoccio en que dividimos a la novela de Valerie Fritsch vemos que Anton vive en lo alto de un edificio de una ciudad asolada por la guerras. Anton se dedica a criar aves exóticas, que aletean en jaulas en la terraza de su casa. Y en uno de sus paseos encuentra a una mujer, Frederike, que deambula abandonada y que se va a vivir con Anton. Dos cuerpos perdidos en medio de un mundo destruido que comparten sus soledades. Pero las ciudades arden, los pájaros exóticos son abandonados, y hay que regresar a aquella comuna que un día se abandonó. Escribe Valerie Fritsch: «Asi fue verdad para Anton que el hogar ha de ser la salida y final de todo viaje».