Los comunistas desconfían de Tom Wolfe
Regresa el padre del «nuevo periodismo». El escritor se adentra en la comunidad cubana en su novela «Bloody Miami»
Un jovencísimo Tom Wolfe trabajaba en el «Washington Post» cuando Fidel Castro subió al poder en Cuba. En su curriculum decía que había estudiado español en el colegio y la universidad. En realidad, no tenía ni idea, pero sus jefes supusieron que sí, al menos que sabía más que cualquier otro, y decidieron que viajara a La Habana como enviado especial. «Yo no sabía nada, así que me vestí con un traje de lino y un sombrero de paja bajo para pasar desapercibido y mezclarme con la gente. Nada más descender del avión, empecé a oír vítores. Gritaban: "¡Rudy Valle, Rudy Valle!". Y me lo gritaban a mí. Se creían que era el famoso cantante de los años 50. Encima iba con paraguas, lo que me convertía en un afeminado. No podía haber aterrizado con peor pie», comenta el escritor. Ésta fue su primera experiencia sobre los cubanos. «No entendía lo que ocurría, pero sí podía leer los periódicos comunistas donde se informaba de dónde serían las manifestaciones al día siguiente. Pudeasistir a muchas gracias a esos periódicos y enterarme de historias increíbles. creí que estaría agradecido a un diario comunista». Más de 50 años después vuelve a la carga con el mundo cubano en «Bloody Miami», (Anagrama, Columna en catalán, de la que ya dimos crítica de Toni Montesinos), su nueva y esperada novela por la que ha cobrado un adelanto de 5,5 millones de euros.
Hablar vietnamita
El escritor regresa a la sátira hiperbólica, aquella capaz de desnudar a la sociedad contemporánea y desencajar mandíbulas. Aquí abandona su adorada Nueva York y se centra en el Miami actual, dominado por la inmigración hispana, como un reverso todavía más estrambótico, excesivo y alocado que las urbes americanas dominadas por la mayoría blanca: «Miami es la única ciudad del mundo en la que en 35 años la inmigración se ha hecho dueño del centro y ha dominado el poder político. Es algo extraordinario», asegura Wolfe. El autor quería escribir una novela sobre las mareas inmigrantes que dominan las grandes ciudades americanas y primero pensó en los vietnamitas de Los Ángeles, pero desechó esa idea: «Viajé a California a hablar con ellos, hasta que me di cuenta de que no sabía vietnamita hablarlo y tampoco podía entender lo que escribían. Los cubanos eran más comprensibles», señala el escritor.
A los 57 años, Wolfe debutó en la novela con «La hoguera de las vanidades», en la que quería hacer un estudio para diseccionar el Nueva York de la época. «Bloody Miami» es un trasunto de aquélla en el siglo XXI. El autor no abandona sus orígenes. El padre del «nuevo periodismo» no ve su oficio con muy buenas perspectivas, pero todavía resalta su importancia dentro de la sociedad: «La televisión ha alterado la percepción y las nuevas generaciones tienen una mente tribal. Si les colocas delante una página escrita desconfían. Sin embargo, si les susurras algún chisme, se lo creen. Los blogs no son más que chismes. Es una lástima pero los jóvenes no quieren que nadie les pillen comprando un periódico, es algo vergonzoso», explica.
Wolfe afirma mirar sorprendido la rapidez con que cambia el mundo. «Hace 25 años te hubiesen tomado por loco si les dice que Obama, un hombre de color, era el presidente». También lamentó la muerte de Mandela. «Es más que un mito de la libertad de Suráfrica, es un símbolo del cambio que mueve hoy día al mundo», concluye.
Del mono al músico
La génesis de «La hoguera de las vanidades» fue una fiesta en un dúplex de Park Avenue. «Leonard Bernstein invitó a los panteras negras a la fiesta. El líder empezó a decir que muy pronto lujos como ese piso desaparecerían. Bernstein (en la imagen, arriba), al piano, gritaba "¡sí!". Reflejaba bien la hipocresía de la época», comenta Wolfe. Aquella historia tenía que ser parte de un nuevo libro de no ficción, pero la vendió a una revista. 30 años después, trabaja en otro de no ficción, está vez centrado en la teoría de la evolución, con Darwin a la cabeza (debajo) y los defensores del creacionismo.