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Los hijos bastardos de Troya

larazon

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La idea de filiación no es exclusivamente relevante para la historia del derecho y las instituciones, sino que tiene hondas implicaciones míticas, religiosas y filosóficas desde las diversas leyendas en torno a las genealogías de los pueblos de la antigüedad hasta nuestros días. Piénsese en la etnogénesis mítica del pueblo judío, de la Roma eterna, que entroncaba sus raíces con la legendaria Guerra de Troya, de la segunda Roma (Bizancio) o la tercera (Moscú), herederas de la primera a su vez, o de las diversas naciones de Europa que surgen de las migraciones y fusiones de pueblos. Todas reclaman para sí la herencia o, en su caso, se la inventan sus líderes con toda normalidad. Otro tanto ocurre con los grandes personajes que han cambiado la historia reclamando una paternidad divina o una filiación legendaria o simbólica. El asunto del heredero y la desazón en torno a la descendencia no son asuntos ligeros en la configuración de la comunidad sociopolítica o religiosa: la monarquía divina en los orígenes, el pecado original, o la culpa hereditaria en el caso de la tragedia griega, son algunos ejemplos que lo demuestran. «Al principio no fue la palabra –comienza su ensayo el filósofo alemán Peter Sloterdijk– sino la desazón que busca palabras». A partir de allí enhebra un discurso apasionante y persuasivo, que no se puede abandonar hasta su conclusión, sobre la muy definitoria aversión a las genealogías de la modernidad y la manera en que se ha ido formando un discurso de la filiación paradójica. Sloterdijk define la filiación como «la transferencia formal de una cartera de valores patrimoniales y de estatus a un sucesor concebido y aprobado».
aliento épico
Y, en efecto, al hilo de su pensamiento vamos descubriendo una historia subterránea de hijos sin padre e «hijos sin hijos», como diría Vila-Matas, hasta reparar en que la manera de obtener la genealogía que define al hombre moderno es, paradójicamente, la nofiliación, es decir, la serie de bastardos o hijos de nueva era que ha edificado los cimientos de nuestra historia y nuestro pensamiento reciente. Sin duda, este libro es una de las obras más ambiciosas, importantes y autodefinitorias de Sloterdijk, más allá de sus comienzos en la razón cínica, de las estupendas «Normas para el parque humano», o de su incursión en lo que él denomina la «esferología». Tiene un aliento épico, inconmensurable, en su pretensión de trazar una completa filosofía de la historia, a lo largo de casi cuatrocientas densas páginas, desde el punto de vista de la idea de genealogía (o de la falta de esta propia noción). Se diría que el filósofo se convierte aquí más que nunca en historiador de las ideas, pero también de la religión. La metodología para ello es compleja, erudita pero ágil, y va saltando atrás y adelante en la historia y los conceptos tejiendo un laberinto de asociaciones que desafía al interesado lector. La impresión que subyace tras todo esto, el método y el discurso, es una filosofía de lo fragmentario, una sucesión de anécdotas que en ocasiones tocan la épica y en otras rozan el humor, pero que nos acercan a esa ruptura conceptual que, también, caracteriza lo moderno y que nos ayuda a aprehender la tesis de fondo del autor. El hilo de Ariadna por este laberinto es la idea de la genealogía como mecanismo cultural e invención que fuerza su reproductibilidad a través del tiempo. Los ejemplos del mundo clásico, como el de Alejandro o César, míticos descendientes de un dios, y Augusto, el princeps erigido sobre Troya y sobre la apariencia de una República, precederían a los que enuncia Sloterdijk con más detalle en la política decimonónica –Napoleón– y a los totalitarismos del siglo XX. Desde la máxima «después de mí, el diluvio», de Madame de Pompadour, al «¿Qué hacer?» de Chernishevski y Lenin, desfilan por el libro el Marqués de Sade, Nietzsche, Stirner, Deleuze o Voltaire.
La cesura de Jesús
El fin de la historia en la modernidad es analizado desde el punto de vista de la tecnología y el capitalismo rampante. Del super-ello a la mística, de la revolución a la teratología, Sloterdijk propone un recorrido vertiginoso que encuentra un momento clave en la figura de Cristo, lo que él denomina «la cesura-Jesús», un hijo polémico y paradójico, de eternidad y naturaleza teológicamente disputada, que supone la ruptura de la historia y la piedra de toque de toda la catedral de la antigenealogía. Hitos que jalonan este recorrido inolvidable por uno de los ensayos más relevantes de la filosofía actual son la autogénesis –simbolizada en la coronación de Napoleón–, la liminalidad en la historia, la secularización del pecado original, la desheredación, la bastardía y las identidades híbri-das: tras todo ello, la reflexión que queda es la deuda que tenemos con este complejo mundo de las neogenealogías. El juego de las generaciones, los modelos de filiación y la relación entre ellos se nos antoja, tras este libro, uno de los aspectos clave para entender la civilización occidental. Una cultura de culturas, reproducida «ad libitum» a través de la invención o recreación de los orígenes, cuya herencia pervive, paradójica y terrible, en los hijos bastardos de la modernidad.