Los mansos heredarán la tierra
Michael Cunningham retrata amores fracasados en una América sombría de engaños y decepciones
Los modernos cuentos de hadas proponen la dicotomía entre la maldición y el premio. Así ocurre tanto en las historias de los hermanos Grimm como en las de su predecesor Perrault. La máxima se repite en los relatos de Andersen con la salvedad de que, en sus relatos, el marco es explícitamente cristiano. El ejemplo más ilustrativo es «La reina de las nieves» –acaso su obra maestra–, uno de sus textos más extraños que trata de la batalla entre ángeles y demonios por la custodia de la mente humana; un libro iniciático sobre la pérdida y la búsqueda, la lealtad, las formas de ver y vivir el mundo, la elección inevitable entre razón y sentimiento... con una «congelación» como telón de fondo.
Sobre esos parámetros transita la sexta novela de Cunningham, que toma prestado el título del autor danés. Encontramos algunos elementos de su aclamada novela «Las horas», como su lírica, su evocador lenguaje, su penetración en la condición humana, el hastío de la mediana edad tras un recuento de las expectativas no cumplidas... Aunque con una profundidad de campo mucho menor, en este caso, respecto de aquella Virginia Woolf batallando contra su enajenación mientras arrancaba su primera gran obra, «Mrs. Dalloway».
- Mutilado
Conocemos a Barrett mientras camina por Central Park, tras ser mutilado –una vez más– por el amor. Su novio ha roto con él a través de un mensaje estándar. Es un ex alumno de Yale que ha fallado en numerosas empresas y trabaja como dependiente. Tras perder su apartamento se ve abocado a compartir casa con su hermano Tyler y su novia, Beth, que se está muriendo de cáncer. Los tres viven lo mejor que saben, en una sombría América llena de engaños, decepciones y pequeños destellos de esperanza. En ese invierno de descontento, Barrett, católico no practicante, ve una luz sobrenatural en el cielo nocturno... En ese mismo instante, su hermano, que no pensaba ser un músico desconocido a los 43 años y vive en una castidad erotizada por una novia moribunda, se siente frustrado por sus intentos de escribir una brillante canción como regalo de boda mientras consume droga a escondidas. Un cuarto personaje, el más estable del grupo, Liz, contempla los copos de nieve que cubren la ciudad mientras se plantea su triste existencia.
Aunque ambientada entre el recuento final de la victoria del presidente Bush en 2004 y la flamante elección de Obama en 2008, la novela no sabe medir con acierto el clima político estadounidense. En cambio, sí son dignas de mención la plasticidad y la capacidad para generar atmósferas de Cunningham, como cuando los momentos clave de la historia transcurren en una oscuridad azul petróleo: el final de un día, de un año, de una relación, de una vida... O la metáfora permanente de la luz. Esa luminaria que cada uno ve a su manera y trae misericordia y esperanza, que es lo que todos ansían en estas páginas. Novela lírica y melancólica que en ocasiones incurre en un preciosismo que se gusta demasiado, lo que no obsta para que, en su globalidad, logre que el lector se sienta oriundo de la tierra de Nod, donde Caín dio con sus huesos tras el asesinato de Abel.