Luchando contra uno mismo
Largo pero fructífero camino el recorrido por la narrativa popular española desde la década de los 70. Años en los que la novela de intriga era cosa de escritores anglosajones. Fue Montalbán con «Tatuaje» (1974), el primer título de Carvalho, quien trastocó el género y dio un renovado impulso a la novela policiaca europea, anclada en la brillantez de Simenon y la popularidad de Agatha Christie. El auge y prestigio actuales de la negra, etiqueta que aglutina todos los subgéneros de intriga, ha servido de bálsamo de Fierabrás para curar los males de la «novela literaria», al desplazar la «novela de autor» por el thriller, en todas las variantes que impone el best seller internacional.
Muchos de estos autores ya no aspiran a escribir la gran novela española: la repetitiva de formación de regusto intimista, cansino culturalismo y anegada de narcisismo masturbatorio. Puestos a escoger corsé, la popular permite el placer de la escritura y reconocimiento del lector entusiasta. Mérito de autores españoles que llevan años reivindicado la novela policiaca y el género de aventuras como Pérez Reverte, Lorenzo Silva y Dolores Redondo. Seguidos por un amplio grupo de novelistas: Santiago Posteguillo, Jordi Llobregat, Ramón Palomar, Toni Hill, Félix Palma, Juanjo Braulio y Federico Axat, cuyas obras de intriga se traducen con éxito en Europa.
Mala conciencia
Todos ellos, aunque se repitan y vacilen, buscan incardinarse en los géneros populares conjugando al tiempo calidad literaria y argumentos atractivos que mantienen la atención del lector y compiten en pie de igualdad con los autores extranjeros de best sellers. Uno de los últimos en sumarse al fenómeno ha sido Leandro Pérez con «La sirena de Gibraltar», precedida por «Las cuatro torres», protagonizadas por Juan Torca, un duro ex mercenario metido a detective privado. Para Leandro Pérez el thriller es un género que requiere fabulación, intrigas que sostengan el relato y una buenas dosis de acción y giros inesperados. La protagonizan una serie de personajes, a modo de réplicas del yo, que conducen la acción y representan las distintas encarnaciones en conflicto del Bien y del Mal del romance.
A partir de los años 90 se ha pasado del autorreferencial diálogo interior de los novelistas del yo al monólogo exterior de los novelistas del Ello. Y es justo ahí donde Leandro Pérez se desboca pulsionalmente con una narración descarnada y un protagonista en conflicto con un mundo oscuro y violento que le tienta para que se ponga a su servicio, pero contra el que se revuelve con violencia.
En este libro se aúnan dos miradas: una sobre la irrupción del mal y la otra sobre la mala conciencia. Dos narraciones que confluyen en un relato nervioso, empujado por el deseo de saber de su protagonista y la defensa de una dama en apuros. Tras años de tiranía culturalista del relato de un autor asediado por su conciencia y la angustia del desasosiego vital era inevitable que con la posmodernidad cayera la represión a la novela de acción y suspense y floreciera la policiaca, eclipsada durante los años de fosilización del relato vanguardista trivial. Autores como Leandro Pérez testifican que la literatura popular ha vuelto para quedarse.