Mafias para vestir santos
Jordi Soler se adentra en el universo de la corrupción y el tráfico de órganos con «Restos humanos», una novela humorística protagonizada por un santo laico y contemporáneo
Ni los sermones familiares, ni la justicia divina, ni las moralejas de los cuentos, ni el karma. Todos se equivocaban: el que la hace no la paga. El que la hace triunfa. Sobran ejemplos prácticos en la vida diaria -inundan incluso las noticias-, pero Jordi Soler ha preferido sacarse del bolsillo un personaje ficticio con el que hacer volar su esperpento valleinclanesco, sus hipérboles buñuelescas y el universo mágico de su México natal y de paso aniquilar esa esperanzadora idea de que «hay un peaje para los malos y una recompensa para los buenos», aclara el autor. Para «evidenciar que un sistema corrupto, quien intenta hacer algo distinto, acaba atropellado por la realidad», Soler ha creado un santo laico, que predica en burdeles y mercados, y que protagoniza esta disparatada historia en la que su irrenunciable entrega al prójimo acaba por convertirlo en la pieza fundamental de una trama de corrupción, trata de blancas y tráfico de órganos. «Aún tratando temas serios como la Guerra Civil, en todas mis novelas anterioes hay un espacio para el humor, y en esta existe una mayor dosis del mismo, porque hay un tema de fondo muy oscuro. Si lo hubiese tratado desde otra perspectiva, me saldría un libro para llorar y yo quería reírme», asegura. De hecho, sólo el hombre que está detrás de títulos como «Los Rojos de Ultramar» y «Salvador Dalí y la más inquietante de las chicas yeyé» podría parir un libro -al menos, su germen- durante un día de compras en unos grandes almacenes, donde se imaginó el advenimiento de una suerte de mesías contemporáneo, ataviado con sandalias y túnica, que predicase valores, a su juicio, «en desuso». Así nació el entrañable protagonista de «Restos humanos» (Mondadori), su última novela y un alegato al absurdo y a quienes se esfuerzan en nadar a contracorriente buscando su propia orilla. «Me parece que la gran parte positiva de esta crisis monstruosa es que se están rescatando estas cualidades. La gente que va y defiende a una señora que quieren echar de su casa... me parece algo muy conmovedor, es una cosa que hace diez años no veíamos aquí. Y la enseñanza es muy grande: te hace ver que en épocas de bonanza te olvidas del que tienes al lado, y tiene que venir la crisis para enseñarte quién eres. Por eso veo esta situación con mucho opitimismo, me parece que está emergiendo una España que es la que verdaderamente aprecio, la de la solidaridad», asegura Soler.
Por eso, aunque «Restos humanos» es un libro en apariencia desalentador, ya que ilumina la impunidad de la que gozan los corruptos, lo que da cierto aliento de esperanza a la novela es la fe en lo que uno hace y ese tono burlesco que, pese a desenmascarar el lado más sombrío del sistema, atina a aliviar la impotencia a golpe de humor. Al final Soler consigue, milagorsamente, que el lector se reconcilie con el ser humano. O, al menos, con algunos de sus especímenes: con aquellos que se entregan a una causa y se atreven incluso con el altruismo, pese a que siempre haya yenas al acecho dispuestas a «capitalizar el trabajo que uno hace gratis, a enriquecerse a costa de él», matiza el escritor. A través de la historia del santo, que ha aprendido a compensar las vejaciones que sufre a diario -en forma de insultos y de alguna que otra fruta en estado de putrefacción- con la frágil devoción que le demuestra su minúscula grey, Soler refleja la hipocresía de un sistema y de una sociedad empeñada en apartar la vista. «La trama no está situada en ningún país, puede pasar aquí, en México o Argentina. Es una novela de imagenería hispana, así somos. Y, aunque sea una reflexión oscura la que voy a decir, en el lugar hipotétcio de esta novela, la corrupcion es una especie de lubricante que va poniendo en movimiento todas las piezas del país», sentencia Soler.
Apoyo: El humor, una cosa seria
Asegura Jordi Soler que todos los escritores son un pocos santos. Mejor dicho: como su santo. «Hay mucho de homenaje en esta novela a los trabajos solitarios y aparentemente absurdos que, al final, son los que valen la pena. Al igual que el santo los novelistas seguimos escribiendo aún cuando la realidad nos dice que deberíamos hacer otra cosa que sirva, que sea útil», apunta el autor con su particular ironía. Por eso no le molesta lanzarse a forzar sonrisas donde todo parece serio, con el agravante de que cree que «el humor está un poco penalizado». «Parece que son novelas ligeras y fáciles de hacer pero es complicado. Y el humor, cuando falla, es muy patético», comenta.