Mathias Malthieu: «Soy un David Lynch romántico»
El autor de «La mecánica del corazón» vuelve con «El beso más pequeño», en la que recupera el particular universo que le ha hecho tan popular
Es un experto en provocar calambres en el corazón con sus piruetas imaginativas y su poético universo, en el que la fantasía es sólo un envoltorio con el que embellece la cruda realidad. Tras el éxito de «La mecánica del corazón», «La alargada sombra del amor» y «Metamorfosis en el cielo», Mathias Malzieu regresa ahora con «El beso más pequeño» (Reservoir Books), una delicia literaria en la que se propone desmantelar esa ceguera inconsciente que nos impide ver el amor cuando lo tenemos frente a los ojos.«Siempre que soñamos nos imaginamos algo imperceptible y lejano, como ese otro mundo en "Alicia en el país de las maravillas", o Colón atravesando el océano. Sin embargo, en este libro quería trabajar una aventura en miniatura, una especie de odisea épica que uno pudiese llevar en el bolsillo, una historia que podría ocurrirle a cualquiera en la calle en la que vive», explica el autor a LARAZÓN. Con estas premisas, Malzieu envuelve al lector en una atmósfera surrealista e hilarante al dibujar unos personajes cargados de simbolismo: un hombre con un agujero de obús en el lugar donde debería palpitar su corazón, una chica invisible que desaparece cuando besa a su amado, un alicaído detective harto de los casos más anodinos y un loro mágico capaz de conquistar a las musas del Hollywood clásico, conforman el singular plantel de protagonistas.
Una chica invisible
No es de extrañar que siendo el creador de esta cantata onírica, Malzieu diga sin titubeos, pero con una sonrisa, que «sólo he perseguido a una chica invisible en mi vida. Quizá sea esala parte más autobiográfica del libro». Si desde sus comienzos literarios muchos críticos han subrayado los paralelismos entre este autor francés y el cineasta TimBurton, «El beso más pequeño» también tiene el toque colorido y romántico de «Amélie», la película de Jean-Pierre Jeunet. «Es gracioso porque el año pasado nos llevaron a París para conocer a Burton, que había hecho una exposición, y los invitados franceses éramos Jean-Pierre y yo. Estaba algo agobiado pero me di cuenta de que él también tenía un poco de miedo», recuerda Malzieu. «Es cierto que tenemos la misma relación con el director americano en lo que yo llamo lo fantástico-tierno, una especie de extrañeza dulce... Somos los David Lynch románticos», agrega.
La novela rezuma romanticismo y eleva el patetismo a una suerte de comedia poética, en la que las metáforas parecen brotar de una chispeante coctelera: «Mi cerebro es una casa de campo para demonios. Vienen a menudo y cada vez son más numerosos. Se preparan aperitivos con el licor de mis angustias», escribe Malzieu, en su intento de demostrar cómo se puede «deshuesar el esqueleto de mis esperanzas». Al final, a pesar de los quiebros fantásticos, la novela es una ventisca de esperanza que habla de algo muy real: de vivir aferrados a un pasado que duele, sin atrevernos a superar el miedo que despierta lo que el presente trae entre los labios. Aunque sea el beso más pequeño.