Menudo cuento tiene Hollywood
John O’Hara describe en estas soberbias narraciones a la clase adinerada de EE UU
En su día destacó J. L. Borges, al comentar el método de un escritor, William Sydney Porter, más conocido como O. Henry, una táctica aprendida en E. A. Poe que siempre asombraba al lector: la del «trick story», esto es, el relato corto debía escribirse en función de su desenlace. John O’Hara elegiría el recurso contrario, y con ello lograría sorprender tanto o más que sus insignes compatriotas: con un final abrupto, abierto, cortante, como si nos asomáramos a una escena con un posible inicio pero sin un fin concreto. Con la precisión y naturalidad en los diálogos de un Hemingway, con la dureza concisa que explotará Raymond Carver, con la textura social de una Dorothy Parker, los cuentos de John O’Hara alcanzan un grado de perfección e intensidad difíciles de comparar y, sin embargo, extrañamente se ha quedado relegado a un olvido que, a la luz de estas historias, es imposible de justificar. Lo cual queda subsanado por la editorial Contra con la primera muestra de la narrativa breve de este autor de ascendencia irlandesa y vida tempestuosa, regada de alcohol, conflictos y tres matrimonios.
Didac Aparicio, en un prólogo sobresaliente, nos informa de que O’Hara escribió más de cuatrocientos cuentos, y que la mayoría de ellos –doscientos setenta y cuatro– aparecieron en «The New Yorker», por donde pasaría la mayor parte de los mejores escritores estadounidenses desde su fundación en 1925. «La chica de California» (traducción de David Paradela, que se enfrentó al desafío, también en Contra hace unos meses, de traducir la experimental «La gran novela americana», de Philip Roth) reúne lo mejor de su extensa trayectoria, en la que hay asimismo novelas como «Cita en Samarra», su exitoso debut en 1934, y hasta un drama musical que se estrenó en Broadway y se llevó al cine. Cuentos que, como dice muy bien Aparicio, tienen un gran tema: «Cómo las máscaras que impone la convención social configuraban la conducta de sus personajes, y de cómo su mundo, una vez estas máscaras caían –a través de una revelación o un acontecimiento inesperado–, cambiaba para siempre».
Y así será en relatos donde, en efecto, la jerarquía social se hace notar, y la gente adinerada, los actores de Nueva York o Los Ángeles y los miembros de clubes selectos se mezclan con personajes sin escrúpulos o almas corrientes que no pueden hacer otra cosa que sobrevivir. Sin apenas descripciones, con un lenguaje directo y sin retoricismos de ninguna clase, y a la vez con una capacidad maravillosa para componer un perfil psicológico con mínimos elementos, tendremos aquí a un O’Hara que resulta magistral en cualquier época de su vida, ya sea en los primeros cuentos seleccionados, como «El niño del hotel», de 1934, hasta «El martes es tan buen día como cualquiera» (publicado póstumamente). En el que da título al conjunto podría haberse inspirado John Fante, con su escena de familia italiana migrada y trasfondo hollywoodiense. En «El hombre de la ferretería» se capta la competencia cruel de un par de tiendas. En «Exactamente ocho mil dólares exactos» surge un indeseable en contraste con su hermano desconfiado y exitoso. Imposible destacar no obstante una de estas veinticinco joyas que siempre tendrá que completar el lector, quedándose pensativo ante cómo podrían proseguir tras un final que va más allá del papel.