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Mercurio cambia de sexo

larazon

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Gran parte de la ciencia ficción actual parte de presupuestos apocalípticos. El ser humano es el mayor depredador de la naturaleza, capaz de destruir su entorno ecológico y su especie por un afán megalómano y sin sentido. Esta visión políticamente correcta de la humanidad como un peligro para nuestro planeta se ha convertido en dogma incuestionable. Su origen hay que buscarlo en el inicio del ecologismo cercano al apocalipsis de «Naves misteriosas» (1972), con sus larguísimos terrarios biológicos, que navegan en la órbita de Saturno a la espera de volver a la Tierra para repoblarla.

Ecocatastrofismo

Ciertos dogmas de fe, como el calentamiento global y el cambio climático de origen antropogénico, modelaron la literatura y el cine de los 70, momento inaugural del ecocatastrofismo que enlaza con la visión de Kim Stanley Robinson y su famosa trilogía de Marte y «2312», su nueva y aclamada novela, continuadora de la terraformación del sistema solar, siguiendo la primitiva ocupación biológica de los terrícolas en el Planeta Rojo. Cambian los personajes, pero prosigue en su línea de ecólatra, sustentada en la fantasía de un sistema económico gobernado por un superordenador que planifica los recursos y los adapta a la necesidad de la colonización y transformación de los planetas en lugares biológicamente habitables y sostenibles. La clásica distopía inaugurada por el socialista fabiano H.G. Wells es aquí deudora del sociólogo Leo Lowënthal. Kim Stanley Robinson lo llama «el modelo cibernético soviético de Spufford». Literariamente, el libro tiene rupturas narrativas en donde su autor cifra los aspectos ideológicos con la misma naturalidad que fabula los cambios que la adaptación a distintas gravedades y climas hostiles de los planetas colonizados han operado en la especie humana: la plurisexualidad y la longevidad. El nivel del mar en la Tierra ha subido hasta el punto de convertir Nueva York en una nueva y fascinante Venecia, mientras los planetas colonizados y biológicamente readaptados por complejos sistemas que a veces recuerdan a los inventos del TBO confieren a la novela un tono fascinante. Robinson se inscribe en la fantasía realista, de corte costumbrista, un género paradójico que se viene dando últimamente en la ciencia ficción dura y en la literatura fantástica en general: la minuciosa descripción verosímil de mundos posibles que, según Nelson Goodman, es la forma en que la literatura configura la realidad de manera autónoma. En este sentido, Robinson es un maestro a la hora de crear un universo en el que nada queda a resguardo de su imaginación; auténtico revitalizador de la cienciaficción sólo comparable con Bradbury.
Recrea una ciudad, Termiandor, que gira sobre unos raíles, siempre a poniente, huyendo del sol abrasador de Mercurio. Allí vive Cisne, la protagonista de esta mágica novela en la que la hibridación con aves ha reconfigurado a la humanidad en su expansión por el sistema solar, hasta el punto de cambiar sus características sexuales primarias y secundarias. Fascinada por el artista eco-ambientalista Andy Goldsworthy, ha de enfrentarse a un misterioso desafío de las máquinas. Por su novedad, genialidad y calidad literaria, «2312» no es comparable a nada anteriormente escrito.