Misteriosa muerte en Cantabria
Hay que reconocer que la moda de la novela negra de intriga rural tiene cada día más adeptos, especialmente en España, después del grandísimo éxito de la trilogía del Baztán de Dolores Redondo. Tal es su influjo que María Oruña, en su ópera prima «Puerto escondido», ha decidido llamar a su mujer policía Valentina Redondo, siguiendo el homenaje de Andrea Camilleri a Vázquez Montalbán con el comisario Salvo Montalbano en su famosa serie policiaca del policía de Vigàta.
Lo que en principio es un guiño cómplice a la trilogía negra se va convirtiendo en una forma de enfocar un complejo caso criminal, trasladando la magia de la zona navarra del Baztán al esplendoroso norte de Cantabria, con resultados dispares. María Oruña es una concienzuda novelista de misterio, quizá un poco escorada hacia el melodrama decimonónico, con sus oscuros secretos familiares, casonas inquietantes, conventos, hijos naturales y dramas de aldea que pesan sobre los lugareños como una losa social de habladurías y venganzas largo tiempo aplazadas.
Sin menoscabo de su pericia para idear una trama misteriosa, repleta de hilos secundarios atractivos y una prosa ajustada a los requerimientos de la diégesis, hay dos factores que la alejan de Dolores Redondo: el arte de crear personajes y dotarlos de entidad propia y la capacidad de convertir literariamente una geografía en un espacio mágico. Dos virtudes que han hecho la fortuna de la autora donostiarra y que aún falta desarrollar en la intriga de María Oruña, más apegada al costumbrismo de Pereda. La autora no ha logrado hacer de Valentina Redondo un eficaz personaje de ficción porque todavía está en exceso pendiente de los tópicos progres de la Guerra Civil y de su complejo entramado de intrigas paralelas. O quizá porque su proyecto es de largo alcance y ha dilatado su concreción a sucesivas entregas donde, es de suponer por su valía, logrará dar vida a la teniente Redondo tanto como lo ha hecho con la real protagonista de este melodrama rural, Jana Ongayo, el personaje con más entidad de la novela.
Por su valía, hay varios aspectos de «Puerto escondido» que merecen reseñarse. El tino narrativo y la densidad que imprime a su prosa, técnicamente precisa, para intrigar al lector a lo largo de tan dilatado relato, con tantos vericuetos, que llega a apabullar. Quizás algo de síntesis hubiera aligerado el relato y le hubieran permitido centrarse en los personajes, un tanto afónicos, pues su voz se resiste a ser algo más que comparsas de una acción que fluye, desbordada, hacia un enloquecido final.
En puridad, es poco ortodoxo el diario, carente de la retórica propia del género, y el uso de citas alusivas en cada capítulo. Dos pegas que en nada desdibujan la capacidad creativa de una autora que dará mucho que hablar, y bien, en el policiaco provincial.