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Morir después de un whisky

Joan Didion narra la terrible experiencia de la pérdida de su esposo
larazon

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Era éste un libro inevitable que no estaba en la mano de la autora no escribirlo. Por el dolor ante la pérdida, por la necesidad de drenaje, por la actitud norteamericana ante la muerte, por la testaruda insistencia de una mujer –y una escritora, por ese orden– a preservar la memoria del ser amado. Y, sobre todo, por lo que se expresa en el título: por la necesidad de romper el sortilegio del daño. El resumen es sencillo: el 30 de diciembre de 2003 Joan Didion y su esposo, el también novelista John Gregory Dunne, regresan a casa después de haber pasado la tarde en el hospital, junto a su hija, que estaba en coma inducido a causa de una neumonía que había degenerado en un choque séptico. Se toman dos whiskies escoceses y poco antes de cenar, él fallece de un infarto. Nada había preparado a la autora para algo tan terriblemente drástico como la muerte de quien fue su pareja durante cuatro décadas. En palabras de Auster, la dejó tan cerca de la frontera entre la vida y la muerte que no supo de qué lado se encontraba... Para explicarse ese dolor, nueve meses y cinco días después comenzó a gestar este libro. Como una broma macabra, su publicación tuvo lugar un año después, sin que la autora pudiera referirse al fallecimiento de su hija Quintana. Por tanto, estas páginas tienen una doble línea argumental: la conformada por un minucioso análisis de la muerte repentina del cónyuge y la posterior elaboración del trauma.

Sin concesiones

¿Qué sería de nosotros si permitiésemos que todo aquello que nos ha precedido cayese en el olvido? ¿Tendríamos que comenzar partiendo de cero, o nos disolveríamos en la nada? Con una estructura obsesiva –porque la experiencia del dolor lo es–, en cada párrafo regresa una y otra vez a los acontecimientos clave intentando ver alguna salida distinta, como si todo pudiera haber discurrido por otro cauce. Utiliza un registro intermedio entre la frialdad y el dolor que resulta adecuado para la comunicación y comprensión de sus cavilaciones. Narrativa o ensayo, uno no termina de tenerlo claro, porque, pese a la continua tensión y pese a la construcción novelesca de los personajes, su lectura está dominada bajo una reflexión sobre la levedad de la vida, la construcción del duelo y, por encima de todo, sobre ese pensamiento mágico al que alude el título. Desde luego, el libro no puede aspirar a la «originalidad» porque muchos son los autores que han tratado el tema de la pérdida de un ser amado (Auster, Allende, C.S. Lewis, recientemente Landero...) y porque cualquiera que indague sobre la muerte sólo puede aspirar a contar lo mil veces narrado de forma ligeramente distinta. En este caso, Didion lo logra con una estructura altamente cinematográfica, dura y sin concesiones.