Ni frío ni helado
Pese a su obra jalonada de premios, entre ellos el San Juan de la Cruz y el áccesit del Adonais, Curiel parece sentirse cómodo en su condición de oculto poeta de culto. La metafísica de sus versos, de aterrizada elocuencia, que reflexiona sobre la naturaleza como alegoría de los límites, a la vez, de la existencia y de la propia naturaleza de la poesía, no excluye su repudio del «poder»: «sus campanas negras», su «gran oreja sorda»... Nacido en Alemania, hijo de inmigrantes extremeños, Curiel procede de la «leche negra del alba» de Celan y de ciertos poetas centroeuropeos para desembocar en una conjunción de elementos opuestos; una poesía minimalista y grávida, blanca y confesional, física y metafísica, abstracta y aseverativa, impersonal y egótica... que, a mayor luminosidad y nitidez, mejor diana en su recurrente puerta giratoria entre la vida y la muerte. Sobrecogedor es el poema «Habitación de hospital», en el que se simboliza el instante del moribundo como el copo de nieve que cae del techo al ojo. En este «Hacer hielo», último premio José Hierro, aquí y allá se reclama «una escritura silvestre, más bien seca» (o «En vez de un poema liberador, / un poema a secas»); la de quien, con máxima austeridad, asevera: «Me alimento / de visiones breves. / Cucharadas de vino», pero se marca la tarea ingente de escanciar: «Sombras por debajo de la nieve».