No es un bolero: es un trastorno
Cuando era niño y su madre iba a la facultad nocturna, la esperaba aterrorizado por la idea de que sus padres habían muerto en un accidente o que le habían abandonado. El día que intentó besar por primera vez a su novia, tuvo que frenar el intento por temor a vomitarle. Durante su boda, los temblores, las nauseas y la excesiva sudoración estuvieron a punto de abortar el enlace. Cuatro horas antes de cualquier conferencia, el cóctel farmacológico y etílico que empleaba para domeñar sus nervios era pura dinamita: antidepresivos para elevar su ánimo, ansiolíticos para reducir la agitación, betabloqueantes para evitar la sudoración, y todo ello regado con vodka para reducir su inhibición.
Toda una vida luchando contra el trastorno de ansiedad ha hecho que el editor de la revista «The Atlantic», Scott Stossel, no sólo haya desarrollado una interminable lista de fobias, sino que le ha empujado hacia todo tipo de tratamientos farmacológicos, terapias psicológicas y consultas alternativas. Nada funcionó. Sólo el tiempo y la aceptación han logrado mitigar su interminable lista de miedos, preocupaciones y somatizaciones. Por ello decidió «salir del armario» –como él mismo explica–, abordar en tinta «su herida sin curar» y hablar claro de su enfermedad. El resultado es un libro testimonial, franco, empático, delirante en ocasiones y destinado a divulgar un trastorno del que se ignoran las causas concretas, que está sometido a un criterio de evaluación subjetivo (pese a su homogeneización en el DSM-4), para el que existen tratamientos sólo paliativos y que padece uno cada cuatro estadounidenses, aunque los expertos sospechan que las cifras reales son mucho más elevadas.
Entre la educación y la bioquímica
Haciendo de la necesidad virtud, emprende un recorrido por la ansiedad para intentar comprender y comprenderse. Si los manuales de diagnóstico son tan genéricos, ¿significa que el trastorno es producto de la imaginación de quien lo padece, para patologizar sus caprichos? ¿Las causas son comportamentales, educacionales, bioquímicas o genéticas? ¿Por qué no hay una terapia realmente efectiva que neutralice las consecuencias invalidantes?
La enfermedad con nombre de bolero es mucho más seria de lo que imaginamos pese a la negación de quienes la sufren o la ridiculización de aquellos que no la conocen y hunde sus raíces en la «bilis negra» de los antiguos griegos igual que reaparece en forma de «neurastenia» entre nuestros antepasados victorianos. Por ello, el autor emprende un viaje por los anales de la ansiedad que le hace revisar las teorías de Hipócrates o Freud, sin olvidar la historia del pensamiento a través de Kierkegaard o Spinoza, sin desatender las recientes investigaciones científicas, psiquiátricas y psicológicas. Tampoco elude hacernos partícipes de su historia, detallando antecedentes en su propia heráldica. Su bisabuelo, el decano de Harvard Chester Hanford, pasó los últimos 30 años de su vida en tratamiento psiquiátrico en una institución mental de Massachusetts hasta que terminó convertido en «una bola en posición fetal». Su bisabuela se suicidó en el año 1969 con una sobredosis de pastillas, y su madre comparte los mismos miedos que Stossel (al igual que la hija del escritor ha empezado a desarrollarlos). En resumen: una vida familiar infeliz, presidida por la figura de un padre alcohólico que le maltrataba ocasionalmente. Para no pocos, este bagaje vital podría explicar sus problemas, pero.... ¿por qué otras personas con experiencias traumáticas similares –o peores– no han desarrollado la condición de ansiosas? ¿Porque no hay una causa-efecto plausible? ¿Acaso se trata de un mecanismo de protesta de nuestro propio organismo tras habernos separado de la «naturaleza», por no estar configurados para la vida moderna? ¿Una resaca evolutiva?
Fobias de todo tipo
El autor no escamotea al lector ni un ápice de su difícil convivencia con la enfermedad. El trastorno le hace padecer un arsenal de fobias con las que los afectados pueden sentirse identificados: miedo al desmayo, a los gérmenes, a hablar en público, a volar, a vomitar (emotofobia), a los espacios cerrados, a la altura, e incluso un misterioso pavor al queso. Las consecuencias oscilan entre la taquicardia, la sudoración, los ataques de pánico, el miedo escénico, las náuseas, la tartamudez, la irritabilidad de colon... Hilarante el episodio que vivió con los Kennedy, en Hyannis Port, durante la investigación de su primer libro cuando su estómago nervioso se puso en «modo urgente». La premura le hizo servirse del primer baño libre y la conjunción astral de sus nervios con la mala suerte se ocuparon del resto: que reventara el inodoro hasta empapar desde el suelo a sus pantalones con un tsunami de aguas residuales. Cuando Stossel tenía cubierta su cuota de calamidades, sonó el timbre de la cena para que los invitados acudiesen a una sala frente al retrete en el que se encontraba. Cuando ya nada podía salir peor, y corría por el pasillo con una toalla empapada a modo de falda, la fatalidad se ocupó de poner una guinda con tintes de gag: chocarse con J.F. Kennedy Jr., que se le quedó mirando con un gesto «imperturbable».
No es de extrañar que haya buscado solución en todo tipo de escuelas clínicas y esotéricas: terapia individual, familiar, de grupo, cognitivo-conductual, conductual racional emotiva, de aceptación y compromiso, de exposición interoceptiva, de exposición in vivo, de masajes, hipnosis, meditación, juego de roles, libros de autoayuda, oración, acupuntura, yoga, filosofía estoica... Además de alcohol «autorecetado», el repaso por los medicamentos prescritos necesitaría varias páginas pues recorre antidepresivos –de varias generaciones–, neurolépticos, ansiolíticos, betabloqueantes...
La ansiedad no tiene cura, pero se puede aprender a manejarla como argumenta este libro a partir de un centenar de testimonios, sumados al suyo. La farmacología no evita, pero neutraliza los pensamientos negativos sustituyéndolos por otros más racionales. Las terapias y una buena higiene de vida resultan buenas herramientas, pero, lo más importante es la aceptación. Por que, como el propio Stossel afirma: «Mi condición nerviosa es parte de lo que soy. Puede ser intolerable, pero también, un don». Una circunstancia que le ha llevado a convertirse en un ser más poliédrico, dotado de una profundidad de campo, impensable en una persona «sana».