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Nos vemos en la ópera

Nunca se ha consumido, representado y escuchado tanto a Verdi, Mozart o Janacek. La lírica, lejos de convertirse en pieza de museo, ha sabido adaptarse a los nuevos tiempos. Así lo explica Daniel Snowman en este imprescindible trabajo sobre el género.
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Habría sido una tarea harto complicada abordar una historia general de la ópera desde sus orígenes hasta hoy, de ahí que el profesor Daniel Snowman, a quien la lírica no le es ajena (entre sus escritos cabe destacar un volumen protagonizado por Plácido Domingo) se haya decantado por tratar dos de sus aspectos más apetecibles, que no ligeros: el de la ópera como lugar donde ver y dejarse ver, como ceremonia social, y el de la evolución del fenómeno lírico desde los palacios ducales a la era del 2.0. Para ello, el profesor inglés empieza por el principio, es decir, se dirige a la cuna, Italia, a las ciudades que vieron nacer el germen –desde el Palacio Gonzaga de Mantua, hasta Venecia y Roma. Frecuenta los salones reales y habla de aquellas primeras representaciones que ya no eran consideradas «comedia dell arte» en las que a la intepretación se unía la música en vivo.
No puede faltar «L'Orfeo» de Monteverdi, considerada como la primera ópera de la historia (se representó popr primera vez en febrero de 1607 y no volvería a verse en escena hasta 300 años después), como tampoco las referencias a los empresarios teatrales, tan importantes ayer como hoy. Porque una de las cosas que deja claras Snowman (la documentación es abundante, pero nunca llega a cansar) es que ni los directores de escena son un invento de hace veinte años ni las «prima donna» se han formado en el siglo XX, para nada. La escena ya era apreciada en pleno siglo XVII, en cuyas representaciones el público contemplaba atónito cómo cambiaban los decorados y vibraba ante las piruetas de los cantantes (de aquellos polvos vienen los lodos de hoy y las exigencias de algunos omnipotentes registas). Piedra angular en este conglomerado belcantista son los empresarios: a Faustini, el primero, dedica interesantes párrafos. Muchos de sus desvelos se vieron compensados económicamente, aunque nunca gozaron de una posición desahogada en extremo.

Eternas «prima donnas»

Divas, lo deja claro también, las ha habido siempre. Feliciti Chiusi fue una grande... y de armas tomar. En el siglo XVII, Anna Rienzi cobraba una cantidad astronómica para le época: 500 escudos de plata venecianos. A mediados de la misma centuria, los honorarios de las cantantes en Venecia ascendían al 42 por ciento de los costes de producción. Tardaría mucho tiempo en convertirse este fenómeno de inmensa minoría, no apto para masas, en una víctima más (bienvenida sea) de la globalización. Así acaba el volumen: con las representaciones líricas como fenómeno planetario seguido en los cinco continentes, no sólo en los coliseos, sino a través de las salas de cine y vía internet a tiempo real (como ha sucedido con la reciente inauguración de «Lohengrin» en La Scala de Milán). La ópera hoy no tiene fronteras. Como no existieron en su día para el emprendedor Manuel García, baritenor español y empresario también que hizo las maletas, embarcó a su familia y puso la semilla lírica en Nueva York. Sus hijas, Pauline Viardot y María Malibrán, llegarían a ser dos de las grandes cantantes de la escena del XIX. La verde colina donde se asienta el centenario Bayreuth, La Scala, la English National Opera, Salzburgo, Viena o Verona son referencias líricas, y sus historias, apasionantes. Tanto como la del nacimiento del Metropolitan, el 23 de octubre de 1883, en digna pugna con el Teatro New York Academy of Music, aquél ofreciendo «Fausto», éste con una representación de «La sonámbula».
El papel político que desempeñaron algunos compositores en los regímenes fascistas y totalitarios resulta tan bien documentado como apasionante: desfilan la Italia de Mussolini (con un Toscanini que abjuró de los postulados, sufrió en sus carnes la ira del regimen y se exilió), la Alemania de Hitler y la Rusia de Stalin (cuya durísima mano con quienes no comulgaron con sus ideas es necesario recordar, como es el caso de la soprano Galina Vishnevskaya, fallecida el pasado martes, y su esposo, Rostropovich, que detestaba al dictador y tuvo que exiliarse a EE UU). Los reajustes económicos impondrán otras maneras de producción. Abramos los ojos (y los oídos para escuchar el CD que acompaña al libro) porque, según Snowman, este arte total camina imparable hacia el futuro.

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