Placeres y miserias de la vida de un librero
El dueño de la más grande librería de viejo de Escocia, que sobrevive a pesar de los libros digitales y la falta de compradores, narra sus experiencias con ironía y humor
El dueño de la más grande librería de viejo de Escocia, que sobrevive a pesar de los libros digitales y la falta de compradores, narra sus experiencias con ironía y humor.
El cliente ideal es el coleccionista bibliófilo que compra poemarios ilustrados por valor de 200 euros. Un buen comprador es alguien que adquiere, al menos, un único libro pero sin jugar al regateo. Un mal usuario no compra nada después de manosear los volúmenes. Y un cliente realmente malo saca su móvil para contrastar, sin vergüenza alguna, los precios del establecimiento con los de Amazon. Luego están aquellos que esperan encontrar algo que no sean libros en una librería, como aspirinas o diazepam. Al mismo tiempo, ser un librero requiere claramente la paciencia del Santo Job. Nuestro autor pone todo de su parte para ejercitar su estoicismo, pero no puede por menos que desahogar su frustración en Facebook, bajo el epígrafe de «preguntas estúpidas y comentarios groseros» de todas las perrerías que le hacen sus clientes. Tal es así que un día llegó a escuchar cómo una joven le decía a su novio: «No digas nada raro o lo publicará en la red».
Estas son algunas de las anécdotas que podemos encontrar en estas páginas mordaces e ilustrativas sobre lo que supone regentar una librería. En concreto la «tienda de viejo» más grande de Escocia –con no demasiada imaginación llamada «The Book Shop»– que se encuentra en la pequeña ciudad de Wigtown y es propiedad de Shaun Bythell, quien, en un principio, no demostró gran interés por regentar el establecimiento. Se había topado con ella, por primera vez, cuando estrenaba su mayoría de edad y se quedó boquiabierto ante aquella babel atestada de obras desordenadas en los anaqueles.
Un gato y una testigo de Jehová
Trece años más tarde tomaría posesión de aquel laberinto de papel y tinta hasta convertirse en todo un experto. A día de hoy, sigue al frente escoltado por un gato negro que atiende al nombre de Capitán Gato –en claro homenaje a «Bajo el bosque lácteo», de Dylan Thomas–, por una esposa que abandonó una prometedora carrera en la NASA, y por una ayudante, Nicky, testigo de Jehová cuyo uniforme es un mono de esquí del que no se despoja hasta la primavera y que rebusca en los cubos de basura de los supermercados para hacerse con pasteles caducados. Una empleada «modélica» que no puede ser más grosera con los clientes ni atender menos las instrucciones de su jefe y le espeta perlas surrealistas como: «¿Quieres mi nevera? Me estoy deshaciendo de todo lo que funciona con electricidad». ¡Una joya de aliados!
Bythell cuenta anécdotas desternillantes al tiempo que verídicas, como la mujer australiana que le pide «libros traviesos» y, cuando nuestro astuto librero le muestra la colección de erotismo de su tienda, descubre que lo único que quería era un ejemplar de Enid Blyton, o el señor Deacon que siempre busca el último libro que ha recomendado «The Times» blandiendo el recorte de prensa en la mano, el hombre que intercambia bastones para obtener crédito en la tienda o el caballero sordo que llama por teléfono para comprar libros pero, obviamente, no puede escuchar nunca la respuesta. Pero lo más divertido de la librería es el trofeo que la preside: una placa que reza junto a un dispositivo ebook: «Amazon Kindle. Disparo de Shaun Bythell. 22 de agosto de 2014».
La tienda de nuestro autor ha atravesado un camino de espinas y obstinación a través de la depresión económica, la amenaza de aniquilación por el auge de las librerías en internet y una lista de empleados que secuestran sus cuentas de redes sociales y confunden a sus clientes. Pese a todo, este diario de Bythell es uno de los libros más divertidos, corrosivos y honestos que hayamos podido leer este año, en tanto que estamos ante un placer para todos los nerds bibliófilos, con historias de clientes inestables, descubrimientos extraños y diamantes literarios. En la mente de todos está la película ganadora del Goya de este año, «La librería», de Isabel Coixet, basada en la novela homónima de Penelope Fitzgerald. Una versión no ficcional de esta novela es precisamente lo que encontramos en estas páginas, que son, entre otras cosas, un testimonio de la situación precaria en la que se halla esta profesión.
Bythell ayuda a organizar el festival de literatura de Wigtown, que funciona con libros de buena voluntad, entusiasmo y un poco de suerte, y suena al lugar que George Orwell elogiaría en sus «Bookshop Memories». Pero estas páginas piden a gritos el siguiente lema: apoyemos a nuestras librerías de barrio. Al librero que nos recomienda una novela o un ensayo. A aquel a quien pedimos opinión y nunca nos falla. Esos hombres y mujeres necesitan desesperadamente nuestra ayuda sencillamente porque el mundo sería un lugar mucho más pobre si los perdemos. Si nos quedamos sin su «bastón» de consejo.