Biografía

Proust, el friolero

Lorenza Foschini recupera al autor en una formidable obra

Proust, el friolero
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La magdalena en el té, la cama donde escribía por las noches, las casas de Combray en las que se basó para recrear la vida de sus personajes... y el abrigo. Proust está rodeado del fetichismo que inspiró sus pertenencias personales, tan emblemáticas en su vida y su obra. Siempre indispuesto de salud, friolero como ninguno, el autor francés tiene ya trato legendario, dando pie a investigaciones tan originales como esta «historia de una obsesión literaria», como reza el subtítulo, traducida por el escritor argentino Hugo Beccacece.

Su autora, Lorenza Foschini, logró ver, en el Museo Carnavalet (dedicado a la historia de París), «el abrigo con el que se había cubierto durante años, el mismo abrigo que solía extender sobre sus mantas mientras yacía acostado escribiendo "En busca del tiempo perdido"». Fue el fin de una búsqueda que se había iniciado por azar: un día conoció a un diseñador de vestuario al que Visconti había encargado la ropa para la adaptación de la novela (se quedó en proyecto) que, a su vez, había tratado a un coleccionista de manuscritos llamado Jacques Guérin. Éste había sido un perfumista que se dedicaría a salvar del olvido y la destrucción los objetos personales de su escritor favorito.

Foschini reconstruye las peripecias de Guérin, que en 1929 fue paciente de Robert Proust, cirujano reputado y hermano de Marcel, lo que le abrió la puerta para interesarse por los manuscritos que, póstumamente, se habían conservado de su magna obra. Y, en efecto, tuvo ante sí las hojas de «caligrafía angulosa, irregular, seca, agitada, tan abigarrada que llenaba todos los espacios disponibles de la página». La visión constituyó un hondo impacto: ahí estaba el Proust que llevaba muerto sólo siete años; ídolo para él, pero persona «non grata» para su cuñada Marthe, que se erigió en destructora del material que la rodeara: logró deshacerse de sus muebles e incluso estuvo a punto de quemar sus papeles. Pero allí estaba Guérin para salvarlos, y aquí Foschini para recuperar aquel formidable hito.