Pura magia
Sam Zabel, un dibujante de cómic en crisis de inspiración, «entra» por azar en un viejo tebeo cuyas viñetas cobran vida en una dimensión propia. Allí corre aventuras junto a otros «viajeros» y es tentado por una existencia tan soñada como irreal. «Sam Zabel y la pluma mágica», una suerte de «spin off» de «Hicksville» (Ed. Balboa/De Ponent), la anterior novela gráfica del autor neozelandés Dylan Horrocks –sí, hay vida comiquera en las antípodas–, repite y mejora algunas de las características de aquella joya: la metatextualidad, el juego laberíntico, el misterio, los personajes en busca de sí mismos y el homenaje apasionado al noveno arte. A color y de dibujo más elaborado, y tan emotiva como divertida, esta novela gráfica es quizá algo más naíf que la anterior: tiene más de libro de aventuras, con un claro guiño a los mundos de Edgard Rice Burroughs. En «Hicksville», una historia más compleja, un crítico de cómics viaja a un pueblo recóndito para investigar los orígenes de un magnate del tebeo y encuentra sus trapos sucios –ambas obras abordan de forma explícita el triunfo del negocio sobre el arte en el cómic actual– y, de paso, una fantástica e imposible biblioteca de títulos inéditos, en la línea de la que propuso Neil Gaiman en «Sandman». «Sam Zabel y la pluma mágica» es tan «paul austeriana» como deudora de Winsor McCay o Michael Ende. Es a los cómics lo que «La invención de Hugo» al cine: un bello tributo a la imaginación.