¿Qué fue de mujeres como Marilyn?
¿Qué tienen en común las diosas del Paleolítico y las divinidades del Oriente antiguo, Inanna e Ishtar, con Wonder Woman? ¿Qué une a las diosas vírgenes y sexuadas de la mitología griega con el culto a la Virgen María en la Edad Media o con el amor cortés? ¿Se pueden relacionar las aterradoras mujeres de los bestiarios mitológicos comparados de griegos, eslavos y germanos con los modelos vampíricos del romanticismo, el cine de terror, la teniente Ripley de la saga «Alien» o las heroínas de videojuegos postapocalípticos como «Resident Evil»? Tal vez, por única respuesta, se pueda decir, con Alexandre Dumas: «Cherchez la femme, pardieu! cherchez la femme!».
Hay una mujer en todo asunto y no hay más que buscar el rastro de lo eterno femenino («das Ewig-Weibliche»), como terminaba la segunda parte del «Fausto» goethiano. Ello se busca «in crescendo», siempre hacia arriba y sin cesar, como en los celebérrimos ciclos de lieder del romanticismo musicados por Schumann o Schubert sobre poemas textos de Heine o Müller: la imagen de Nuestra Señora en Colonia, en «Dichterliebe» o la bella y sublime molinera son caras del mismo medallón. ¿Cabe hablar, como hacía Joseph Campbell, de lo divino femenino? ¿Podemos seguir las huellas, como quería Robert Graves, de la Diosa Blanca o más bien buscaremos los arquetipos de lo femenino, a la manera junguiana, que atraviesan épocas, mentes, obras de arte y literatura, cultura popular y mujeres singulares en pos de una unidad ideal platónica?
Muchas de estas cuestiones, sin duda irresolubles pero que rondan siempre a los amantes de Lo Femenino, las trata de abordar de manera inteligente e irónica, sugerente y provocativa, erudita y sorprendente y, sobre todo, amena y placentera, un ensayo titulado «Diosas, santas y malditas. Arquetipos del Eterno Femenino en la cultura» (Berenice), de Alfredo Arias. Dividido en cuatro partes, el libro recuerda a lo mejor de la antropología y la mitología comparada, ampliado con unas buenas vistas sobre el cine y la cultura popular y atrapa desde la primera a la última página tanto por su forma –prosa de estilo encomiable– como por su fondo –un saber nada pedante, sino de lo más entretenido–: todo un deslumbrante descubrimiento, como la propia figura de la mujer sublime, a la que rinde Arias un nada imparcial tributo.
Felinas o caninas
A definir lo sublime en la mujer se dedica la primera parte, que transita ágilmente por teorías, antiguos y modernos, y por una apasionante galería de mujeres extraordinarias, como Laura, Beatriz o Dulcinea. La segunda parte aborda la aterradora nómina de mujeres fatales, felinas o caninas, que pueblan las fantasías de la modernidad: desde los híbridos monstruos (harpías, sirenas, esfinges y quimeras) del bestiario mitológico de la antigüedad hasta la época auroral para nosotros del romanticismo, con vampiras, muertas que vuelven a la vida, brujas devoradoras de carne humana o deliciosas y fatales autómatas: sus reflejos en el cine, bien explorados, son apasionantes.
Y en la tercera parte, ¿qué decir de la seducción de esa figura genial que conjuga el arquetipo de lo Divino Femenino, lo maternal, lo nutricio y lo virginal? Se estudia el desarrollo de la Mariología a partir del siglo XII en Occidente y bastante antes en el Imperio de Oriente de la muy mariana Constantinopla. El culto a María, paralelo al amor cortés en Occidente, es otro evento clave en la evolución simbólica del mito de la diosa en sus múltiples y poliédricas perspectivas. María, poderosa deidad ya antes de que Concilio de Éfeso la decretara «Theotokos», combina la interesante tradición de la Asunción en Occidente y la Dormición en Oriente, que confirman su divinidad.
Carl Gustav Jung habló de la Asunción de María –finalmente elevada a dogma en 1950 por la constitución apostólica «Munificentissimus Deus» de Pío XII– como del evento simbólico sin duda más importante de la modernidad. La rica tradición cristiana desde los primeros siglos de la Iglesia recogía sin duda la sublimación de la mujer en teogamias, catasterismos y apoteosis que se veía también en mitos como el de Dioniso y Ariadna/Sémele. Precisamente de las diosas y heroínas griegas, Afrodita o Helena, volubles, fascinantes y peligrosas, disfrutaremos leyendo la cuarta y última parte del libro, con profusión de anécdotas de lo antiguo y lo moderno, desde Hesíodo a Velázquez o Pasolini. No es extraño que, sin solución de continuidad, salgan a colación al punto otras diosas como Anita Ekberg, Audrey Hepburn, Marilyn Monroe o Lady Gaga. Es, en fin, un ensayo único, inteligente y personalísimo, que entabla un inolvidable diálogo con el lector sobre el único tema quizá realmente eterno e inagotable.