Que nos quedemos como estamos
El futuro, finalmente, llegó. Pero no es como todo el mundo lo había imaginado. Es incluso mucho peor. Los libros, por ejemplo, están prohibidos, como también está prohibido viajar a otro país, con lo cual la comunicación entre los habitantes de Puerto Rubén, un sitio donde ha ocurrido una catástrofe inefable, un hecho que nadie es capaz de nombrar, resulta, así, cada vez más imposible.
Ése es el escenario descrito por Howard Jacobson en «J», una novela futurista y distópica (finalista del premio Man Booker 2014) en la que el escritor inglés imagina un porvenir bastante anodino. Un futuro donde la normalidad y las buenas formas reinan en un ambiente que, de tan normal, parece hasta inquietante y tenebroso. Nadie, en cualquier caso, sabe muy bien qué es lo que ha ocurrido (todo el mundo alude a la catástrofe como «lo que sucedió, si es que sucedió»), pero todos saben, sin embargo, que sus estertores han configurado la sociedad en la que viven.
Así, Kevern y Ailinn, los protagonistas de esta novela de tono pausado y estilo lánguido, padecen lo que padecen todos los habitantes de Puerto Rubén: viven en un presente continuo, sin relación con el pasado y con la cultura de la que provienen, aunque eso no impide que, aún sin historia y sin porvenir, acaben enamorándose. Al fin y al cabo, el mundo en el que viven, si bien no es el mejor de los imaginados, es, al menos, el único mundo posible.
Visión delirante de una sociedad que ejerce el control mediante el uso de un lenguaje que se diluye (la letra jota, de hecho, sólo puede nombrarse cruzando dos dedos sobre la boca), Howard Jacobson, que en Inglaterra es conocido por retratar de manera burlesca los estereotipos de ese país, ha compuesto una novela extraña e inquietante. Una novela que cuestiona los cimientos sobre los que se asienta lo políticamente correcto y que pone en entredicho, con una mirada sagaz y original, el sentido de la historia, la dirección hacia un futuro que muchos imaginan normal y feliz pero en el que, bajo su aparente normalidad sólo habrá lugar para el silencio, la incomunicación y la soledad.