Sangre cañí
El comisario González no es Carvalho ni tiene el pundonor que gastaba el policía Méndez de Ledesma, pero de igual forma intenta desmontar los procedimientos de la institución adentrándose en un marasmo de acción a través de la poética de una sólida narrativa. Menos metódico que aquellos, nada aficionado a la gastronomía, está alejado de cualquier tipo de ética y es más retrechero y «gualtrapa». Es un «kie» en toda regla que hace y deshace según le viene en gana y con los procedimientos más bastardos, pero el autor logra adentrarnos en la acción a través de un enigma (asesinatos en serie), un romance (las ganas de recuperar a su ex mujer) y una muerte (varias, en este caso), como mandaban los preceptos de Twain para conseguir una novela rotunda.
No hay contexto espacio-temporal pero traslada al Madrid de los ochenta, donde conviven El corral de la Morería y Rock-Ola... Allí seguiremos las andanzas del comisario González, un perdedor tipo «pilsen» que ha entrado en un proceso autolítico mientras persigue a un asesino en serie. Recurre a la tradición de la novela de género que parece no agotar sus posibilidades, sin perder su capacidad autoreflexiva, la narración descriptiva, dosis de denuncia y dominio del entretenimiento. Una gran historia repleta de cruces de caminos argumentales llamada a ser una trilogía con la que disfrutar.